Los aranceles desplegados ya –o que se están mascullando para ser aplicados– por la administración Trump contienen un germen insólito en un escenario de equilibrio relativo: inducen a una recesión. Este va a ser el resultado para la economía internacional. La historia económica enseña que la política proteccionista se desplegó, según casos bien conocidos, en épocas de inicios de procesos de industrialización o como respuestas de política económica a crisis existentes. Pero no induciendo contracciones en la economía y alimentando la incertidumbre en coyunturas que, con todos los matices, podemos calificar como más estables: esta es una de ellas. Algunos de los impactos pueden ser los siguientes.
En primer lugar, el retroceso comercial entre Estados Unidos y Europa. La Comisión Europea ha elaborado una lista de productos estadounidenses que podrían gravarsecomo represalia si Trump cumple sus amenazas. Los países que más dependen del comercio con Estados Unidos son aquellos más orientados en la producción y distribución de productos médicos y farmacéuticos o los consagrados al sector del automóvil: estas son las exportaciones más importantes de la Unión Europea a Estados Unidos. La dependencia de Alemania y Francia de las exportaciones hacia Estados Unidos se sitúan entorno al 10% de su PIB; mientras que esa variable es del 5% para España. Los colectivos industriales y agroalimentarios pueden verse afectados, por tanto, con esas proposiciones proteccionistas.
En segundo término, para la economía española los sectores que pueden resultar más afectados por los aranceles se ubican en el sector del automóvil, el cárnico, el vitivinícola o el aceitero. Esto incumbiría a comunidades autónomas como Andalucía, Aragón, Castilla y León, Comunidad Valenciana, Murcia, Cataluña, País Vasco y Navarra, de forma más preminente. Ahora bien, las exportaciones españolas a Estados Unidos pueden abrirse a nuevas vías de re-direccionamiento hacia mercados con los que se tienen ya relaciones relevantes: en Asia, Latinoamérica, Oceanía y Sudáfrica.
En tercer lugar, la re-orientación del comercio de China. En 2015, un 66% de las exportaciones de China se desarrollaban en países avanzados; el dato se ha contraído hasta el 56% en 2023, mientras se ha incrementado en las naciones emergentes, entorno al 44% (CaixaBank Research, IM12, diciembre de 2024). Los flujos comerciales entre China y la Unión Europea se han estabilizado, a la vez que se han reducido hacia Estados Unidos y Japón. Además, países como México, Vietnam y otros emergentes ofrecen ya mercados alternativos a los productos y servicios chinos. Esas rutas se verán implementadas por el impacto de los aranceles de Trump. Otro factor es remarcable: imponer aranceles a las importaciones chinas puede derivar a una depreciación de su moneda. Esto, a su vez, podría enjuagar en parte el encarecimiento arancelario impuesto por Estados Unidos, de forma que ello quizás represente una mejora en la competitividad de los productos chinos hacia esas rutas a las que aludíamos. Los costes de esa política de Trump los pagarán los propios consumidores estadounidenses.
Un cuarto factor es la elasticidad de la demanda de Estados Unidos –es decir, cuánto puede variar la cantidad demandada de los productos sometidos a arancel en función de los cambios en sus precios– determinará la efectividad de las medidas desplegadas por Trump. Además, debe considerarse la posibilidad, bastante real como ya hemos indicado, que los países afectados por los aranceles busquen otros mercados alternativos al de Estados Unidos, toda vez que las elasticidades de importación y exportación de los países de altos ingresos promedian entorno al 1,4; mientras en las naciones en desarrollo esa cifra es del 0,7, tal y como se revela en el reciente estudio de los economistas Shantayanan Devarajan, Delfin S. Go y Sherman Robinson, para el Banco Mundial (véase: https://openknowledge.worldbank.org/server/api/core/bitstreams/0fae79c1-a353-4b20-8e4f-8670bd9b4182/content). Estas medidas proteccionistas van a suponer una caída de la apertura comercial, el impacto a la apreciación del dólar y una posible subida de tipos de interés por incremento de los precios. La emisión del mensaje proteccionista ha podido llenar de regocijo a los partidarios del nuevo presidente, que ven una “recuperación” de un cierto orgullo perdido ante sus competidores, con la mirilla siempre puesta en China. Pero esta estrategia económica puede volverse en su contra.
En quinto término, Trump ha prometido también una importante rebaja de impuestos que, sobre todo, va a favorecer a las rentas altas y a las empresas. Esto inferirá por un lado mayores beneficios empresariales; y, al mismo tiempo, una determinante reducción de ingresos fiscales cuya traslación al gasto público va a ser relevante. Teóricamente, esa bajada de tributación tiene efectos-llamada a la inversión exterior. Pero, a su vez, va a contribuir al fortalecimiento del dólar. Si a ello añadimos el otro anuncio de Trump, la expulsión de fuerza de trabajo inmigrante y el impedimento a su entrada legal en el país, de manera que en conjunto esto va a reducir la oferta laboral, la situación va a afectar al crecimiento económico por esa contracción de trabajadores (que, además, se ubican en una gran mayoría en trabajos de servicios, de construcción y agrarios).
En conclusión, si lo expuesto se acaba confirmando, son previsibles los siguientes movimientos: incremento de la inflación, fortalecimiento del dólar, reducción de las exportaciones estadounidenses e impacto sobre la política monetaria si la situación se extrema, subiendo los tipos de interés. Un aspecto sobre el que Trump ha puesto un énfasis específico, exigiendo a Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, que baje los tipos de interés de forma inmediata, transgrediendo también aquí la independencia de otro contra-poder a la presidencia de Estados Unidos. Por consiguiente, no está claro que todas esas medidas acaben beneficiando en el medio plazo a la economía de Estados Unidos. Las incógnitas son múltiples. Una: la respuesta de la población si las posibilidades apuntadas se hicieran realidad en su totalidad o en parte: qué reacción puede haber, de carácter social –como está indicando por ejemplo Bennie Sanders–; o en las elecciones parciales en dos años. Dos: qué mecanismos puede tener el Estado de Derecho para poner diques de contención a muchos despropósitos que el nuevo presidente quiere ejecutar. Y, finalmente, tres: qué actitud adoptarán el resto de países ante anuncios y amenazas perpetrados por Trump, impregnados de matonismo, de un desprecio absoluto hacia la ciencia, y de falta de respeto a la independencia de las naciones y al derecho internacional.