Cambios en la economía española

 

            Se aprecian signos que denotan aspectos novedosos en la economía española. Nuestro equilibrio económico descansa sobre tres pilares básicos: la capacidad de las exportaciones, un mercado laboral resistente y el desarrollo de los servicios turísticos. Pero, atención, no solo de éstos. Aquellas actividades de servicios que no son estrictamente turísticos están conociendo evoluciones positivas. Y, lo más interesante: esos servicios, o parte de ellos, se exportan. Un signo interesante que sugiere reorientaciones productivas. Hablamos de trabajos que se relacionan con las telecomunicaciones, con consultorías, con aspectos vinculados al transporte, incluso con producciones informáticas. La cifra: en 2014 esas exportaciones suponían el 5% del PIB; ahora es el 7%, con subidas notorias en el segundo trimestre de 2023, según el Banco de España. En concreto: más de 45 mil millones de euros: el 22% del total de las exportaciones. Para nuestro regulador bancario, estas cifras se relacionan con los impactos que tienen los fondos Next Generation EU. Fondos que marcan unos objetivos clave en sus prioritarias destinaciones: digitalización, transición energética, retos demográficos, lucha contra el cambio climático, vectores que auguran inversiones en áreas que están generando importantes efectos multiplicadores en partes del tejido productivo español.

            Con todo, se impone la cautela, la prudencia. Pero lo que no debe ignorarse es que España encabeza hoy las exportaciones de servicios empresariales e informáticos, en contraste con otras economías europeas, con balances mucho más positivos si se ponen en paralelo los datos de Alemania, Italia y Francia. De hecho, agregando guarismos, las exportaciones de esos servicios citados por parte de España han aumentado casi un 34% frente a poco más del 10% de la Unión Europea.

            ¿Estamos ante un cambio de modelo de crecimiento? No resulta sencillo confirmar tal aseveración. La disparidad regional de la economía española no facilita extraer conclusiones que podrían ser apresuradas, si nos dejamos llevar por los datos expuestos, cuyo análisis debe ser más profundo. Lo que es indiscutible es que las oportunidades que se han abierto con los fondos Next Generation, junto a la noción de que urgen cambios que cualifiquen más y mejor nuestro capital humano, son factores de una importancia medular. Y se impone un elemento caudal: la capacidad que se debería tener de retención de ese capital humano, formado aquí y que, por la naturaleza de nuestro mercado laboral, parte de él tiende a buscar oportunidades en otros países. Las cifras que hemos indicado sugieren que existen empresas e iniciativas públicas que se encuentran en este terreno de emprendimiento: cambiar las condiciones de la producción y de la distribución. Deberíamos conocer qué acontece en las regiones: aquí, investigaciones que se realicen sobre estos aspectos deberían contar con la participación de administraciones públicas, universidades, empresarios, sindicatos y sociedad civil, en un orden preciso de gobernanza efectiva. Este es el futuro si se pretende consolidar el cambio de modelo de crecimiento.

 

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Cumbre climática en Dubái

La Cumbre del Clima de Dubái ha actualizado la gran derivada del cambio climático, una evidencia científica negada, una y otra vez, por formaciones políticas conservadoras y por un reducido número de científicos, frente al alud de datos, variables, investigaciones y argumentos emanados desde la mayor parte de las universidades y centros de investigación de todo el mundo, incluido el Panel Internacional sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas, que inciden en el grave problema que ya se está generando.

En este contexto, el antropólogo económico Jason Hickel acaba de publicar en castellano un libro de interés en el panorama de la economía actual (Menos es más. Cómo el decrecimiento salvará al mundo, Capitán Swing, Madrid, 2023). Este trabajo fue considerado el libro del año por el Financial Times. Poca broma, por tanto. La aportación de Hickel es prolija, con gran cantidad de datos y evidencias sobre el colapso ecológico y la necesidad de replantearnos el concepto de crecimiento económico. En cualquier caso, exigiría comentarios extensos, de entre los que destacamos uno: reorientar nuestra visión sobre la evolución de la economía, excesivamente cuantitativa, y abogar por desarrollos más cualitativos. Todo con la pretensión de rebajar el consumo de combustibles fósiles y preservar activos centrales del capital natural planetario: bosques, selvas, océanos, ríos, tierras, aire.

El tema no es nuevo. En 1972 se publicó el primer Informe Meadows, que instaba a repensar el crecimiento económico –abogando por el crecimiento cero–, y atendía a las consecuencias que ya se determinaban en el planeta por la acción económica del hombre y, sobre todo, por la voracidad en el consumo de combustibles fósiles. Este trabajo, coordinado por la bióloga Donatella Meadows, del MIT, exponía diferentes posibles escenarios a partir de la simulación informática del programa World3. Advertía que, incluso en el menos lesivo, era imperioso trabajar en una nueva dirección en la economía, para evitar dos consecuencias: el aumento de la contaminación atmosférica y la acumulación imparable de residuos.

La tesis del equipo de Meadows se calificó como neomalthusiana, al establecer relaciones directas entre crecimiento económico, avance demográfico e impacto ecológico. Una progresión geométrica en la población que no se correspondía con la existencia de unos recursos escasos, no renovables y, por tanto, finitos (Donatella Meadows et alter, Los límites del crecimiento, Aguilar, Madrid, reedición de 2012). Un torpedo en la línea de flotación de la ortodoxia económica que, poco después de la publicación del texto, se concentraba en rebatir las políticas keynesianas. Oportunidad de oro para los monetaristas. Nacía un nuevo marco, la era neoliberal, que recuperaba liturgias fallidas del patrón-oro, emergía con fuerza, y suponía un estímulo para la economía más desarrollista en el plano físico, haciendo caso omiso a las contribuciones recogidas por el equipo de científicos dirigidos por Meadows.

La cumbre de Dubái remite a todo ello. Y nos recuerda, una vez más, que el tiempo se agota. Urgen transformaciones, más allá de la retórica.

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Publicación en The Economic and Labour Relations Review, junto a José Pérez Montiel, Ferran Navinés y Javier Franconetti

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Turismo en España: ¿sector en crisis, 2008-2022?

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Consenso social ante los retos económicos

Política fiscal y política monetaria se deben imbricar para hacer frente a los importantes desafíos económicos actuales: el cambio climático, la cuestión demográfica y la automatización gradual de la producción. Una vía de trabajo la ha propuesto Mariana Mazzucato: la perspectiva de lo que denomina “misiones” económicas. Estas misiones se sustentan sobre tres pilares básicos:

1. Información fluida, identificar la información más relevante, asegurarse de que pueda desarrollar el proyecto la gente más preparada.

2. Liderazgo, asunción de riesgos y adaptación; importancia de la captación de talento.

3. Coordinación de políticas de distintos campos, para encontrar sinergias.

Esta trilogía es contraria a lo que Mazzucato denomina “paradoja de la complejidad”: cuanto más complejos son los asuntos de una política, más se compartimenta su elaboración y se divide entre diferentes departamentos, que llegan a competir entre sí. Además, esto puede producir una tentación por parte de los gobernantes: externalizar procesos que podrían ser asumidos, a costes más ajustados, por las propias administraciones. El miedo a la toma de decisiones, el temor al fracaso, a caer con estrépito en algunos temas, hace rehuir del compromiso público y traspasar la responsabilidad a consultoras privadas. Éstas tarifan con precios a menudo mucho más elevados. Se escudan en vender mayores eficiencias que no siempre se cumplen: por ejemplo la privatización de los servicios ferroviarios en Gran Bretaña, un fracaso sin paliativos que obligó a re-nacionalizar la empresa, tras encarecimientos de tarifas, incumplimiento horario y falta de inversiones en mantenimientos; o los primeros pasos en la gestión de la COVID-19 en Estados Unidos y Gran Bretaña, con fracasos monumentales que se vieron en la mayor incidencia de contagios, por la obsesión en externalizar procedimientos sanitarios. Y a costes tremendos para el erario público.

Las misiones deben formar parte de un consenso social: he aquí un gran objetivo de carácter socio-económico. Se necesita este enfoque, esta gobernanza, que infiere asociaciones entre el sector público y el privado, cuyo objetivo sea resolver los problemas acuciantes de la sociedad. Las políticas deben recuperar el propósito público, es decir, generar beneficios para la ciudadanía y establecer objetivos que superen la estricta lógica de la ganancia crematística. Se debe catalizar la inversión, la innovación y la colaboración entre los agentes económicos. No implica escoger sectores individuales a los que ayudar; se deben identificar problemas que puedan canalizar colaboraciones entre muchos sectores distintos. Tenemos esto ya encima: los desafíos inherentes al Next Generation. Y aquí hay otro reto intelectual para la economía: no se trata solo de corregir mercados, sino de crearlos. Ante esto, se necesita un sector privado con el que pueda interactuar el gobierno. Esto afecta también a la sociedad civil: creación de valor, entendido como esfuerzo colectivo.

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Alerta con retirar pronto los estímulos económicos

            División de pareceres en el Banco Central Europeo, que también afecta a los gobiernos, según crónicas diferentes: política monetaria y política fiscal. El sector “duro”, en el que están representantes de los llamados países frugales, son partidarios de retirar los estímulos monetarios y económicos ante el repunte de la inflación. El sector “blando”, más flexible, se muestra inquieto ante la subida de los precios, pero consciente de que no pueden cometerse los mismos errores que se observaron durante la Gran Recesión, tras la retirada de estímulos que estaban funcionando desde 2008 hasta principios de 2010. Se dirime, en esencia, la subida o el mantenimiento de los tipos de interés. E, igualmente, la política de inversiones y ayudas. Temas vitales, claves. En tal contexto, la situación de la Unión Europea es distinta a la de Estados Unidos: aquí la inflación se ha encumbrado más, mientras parece más estable en el ámbito comunitario europeo. Sin embargo, la Comisión Europea mantiene un horizonte de control de precios, en un contexto que se caracterizaría por la estabilización en los de la energía y la desaparición gradual de los desajustes entre la oferta y la demanda. Deseo que obedece a una amplia batería de datos.

En tal sentido, son importantes los mensajes de cautela, a causa de la incertidumbre que se produce en la economía, ante posibles tomas de decisiones presididas más por preceptos ideológicos que técnicos. Los movimientos al alza de los precios impulsan lo que puede calificarse como “miedo a los mercados”, un proceso que se conoció en 1937 en pleno desarrollo del New Deal en Estados Unidos, y que motivó la retirada prematura de inversiones y otras ayudas. La consecuencia: la caída del PIB a partir de 1938. En 2010, tras dos años de políticas fiscales más expansivas en Europa, se apreció una orientación similar: la austeridad impuso la urgencia en equilibrar las cuentas públicas, reducir las inversiones y controlar los créditos; una reedición de aquel “miedo a los mercados”, consagrada además por la subida de los tipos de interés por parte de Jean Claude Trichet, máximo dirigente del BCE. Desenlace: persistencia de la recesión en la Unión Europea hasta 2013.

Mientras tanto, el mantenimiento de los estímulos monetarios en Estados Unidos por parte de la FED con reducciones en los tipos de interés, impidió el agravamiento económico y consagró la recuperación en 2009. El presidente del banco central estadounidense, el historiador económico Ben Bernanke, republicano y conservador –premio Nobel de Economía–, tenía un activo intangible crucial, de gran utilidad en su decisión de no subir los tipos de interés: sabía historia económica, ya que su tesis doctoral había versado sobre el crack de 1929. E hizo lo contrario que aplicó Roy A. Young, el presidente de la FED entre 1927 y 1930: la subida de tipos de interés para pinchar la burbuja bursátil. Craso error que condujo, entre otros factores, a la Gran Depresión. Hasta un monetarista extremo –y muy conservador– como Milton Friedman ha criticado lo que hizo Young tras el desplome de Wall Street. Lecciones a tener en cuenta.

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Encarando bulos: mejora la deuda española

            Los debates políticos encienden soflamas. Algunas, insostenibles: por falsas. Lo hemos visto en los últimos días, cuando se han lanzado, desde el espectro conservador, diferentes afirmaciones que no se sustentan sobre análisis serios. Recordemos: las rebajas de impuestos junto a las promesas de incrementar gastos e inversiones y, a su vez, reducir deuda y déficit, se han convertido en un clásico de esas promesas imposibles. Desvelar cada una de esas falacias y comentarlas resultaría prolijo, y extenso en demasía. De hecho, ya lo hemos desarrollado en otras columnas, en este mismo espacio. Por ello, nos centramos en un factor que se suele invocar como elemento desestabilizador de la economía española: la deuda pública. Se advierte que es excesiva. Que no puede mantenerse en el tiempo. Que conduce al precipicio. Sin negar la preocupación que debe tenerse sobre este crucial indicador, se debe tener en cuenta esencialmente su relación con el PIB, con la evolución del crecimiento de la economía. Es así como se mide de forma homogénea la deuda sobre el PIB –un cociente– para realizar comparaciones internacionales, al margen del volumen de esa deuda. Veamos datos recientes.

            La Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF), acaba de publicar sus estimaciones sobre la deuda pública española: la ratio se situará entorno al 109% sobre el PIB en cierre 2023. Desde una cima importante alcanzada en 2021 (más del 112%), por los impactos de la pandemia, la economía española ha ido reduciendo esa relación de la deuda sobre el PIB más de tres puntos, según las previsiones de AIReF. La causa: el crecimiento económico, que ha sido robusto y superior al resto de la Eurozona, según datos de Eurostat y de la propia Comisión Europea.

            Ahora bien, la emisión de deuda debe sufragarse. Los cálculos del citado organismo independiente remarcan que, en el ejercicio 2023, el tipo medio de emisión se ubicará en el 3%, con un gasto en intereses del 2,9% en 2026. A su vez, la emisión a corto plazo de la deuda se ha materializado en la adquisición de Letras del Tesoro por particulares (aumento espectacular en menos de un año). Las cifras presentadas no son catastróficas, aunque como es evidente resultaría mucho mejor no engordar los costes financieros. Pero ello nos lleva a otra derivada: endeudarse ¿para qué? Las respuestas a este interrogante definen la mayor o menor bondad del destino de la deuda contraída. En tal sentido, las consecuencias derivadas de la crisis vírica y el estallido de la guerra de Ucrania han supuesto mayores esfuerzos para el gobierno. Ha tenido que hacer frente a encrucijadas tremendas: vacunas, garantizar puestos de trabajo, ayudas a empresas, rebajas fiscales, subvenciones… Todo esto, que se ha podido materializar, no surge de un milagro económico: lo hace de los ingresos, vía impuestos. Y vía deuda: aquí se coagula su bondad. En suma, muy alejado de la visión catastrófica que, una vez más, se vendió desde una tribuna, por parte de un candidato a presidir el gobierno. Pongamos números contrastados, rigurosos, antes que falacias. La buena información frente al libelo, al bulo.

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Democracia económica para un capitalismo cambiante

Vivimos una situación de emergencia. En el terreno económico, la inflación está desballestando muchas costuras del tejido social, del propio tejido económico. Las guerras en Europa y en la franja de Gaza, con la tensión implementada en los precios de la energía, está contribuyendo de manera decisiva a que eso sea así. A que observemos, muchas veces impotentes, un estado económico cuyas esquirlas sociales se están trasladando al propio estado de ánimo de la población y de los agentes económicos y sociales. Los datos económicos disponibles para Europa y para España, en términos generales, no son negativos: las cifras del mercado laboral, las de crecimiento económico o las de recaudación fiscal, son indicativas de que no nos encontramos, por el momento, en una fase de estanflación. Ni en un estado de apocalipsis económica, como determinados medios y analistas están divulgando. Sólo emerge, y no es poco, el alza de unos precios, cuyo abordaje se está trabajando desde la Unión Europea y desde el gobierno de España.

Este contexto ha hecho que economistas de distinto signo, inquietos por la situación, traten de dar respuestas. Son conocidos ya los debates en blogs y artículos de prensa entre Larry Summers, Olivier Blanchard y Paul Krugman en relación al impacto de la inflación sobre la economía americana. Un debate que se extiende a Europa. Pero igualmente son conocidas aportaciones muy recientes, en forma de libros, por parte de economistas también de renombre, que van más allá del tema trascendental de la evolución de los precios, para exponer sus planteamientos con una óptica más genérica: la evolución del capitalismo como sistema económico.

Entre estos economistas destaca la figura del historiador económico francés Thomas Piketty. Este autor advierte de un aspecto sobre el que otros economistas también han incidido: la formación de ese necesario Estado del bienestar desde 1945, los denominados “gloriosos treinta años”, se truncó con la revolución conservadora de la década de 1980. Esta se tejió de la mano del monetarismo de Milton Friedman, premio Nobel de Economía de 1976 y del ascenso al poder de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Se conocen los desenlaces: des-regulaciones, reducciones de impuestos a los más ricos, privatizaciones, rigideces presupuestarias, han guiado la economía mundial y las enseñanzas de la economía como disciplina académica.

            Para armar esa democracia económica, la visión de Piketty se alinea con un federalismo europeo, que defiende la mancomunidad de la deuda soberana de los países de la Unión Europea, la urgencia para que paguen los que más tienen –y que suelen eludir su responsabilidad fiscal evadiendo capital hacia paraísos fiscales, tal y como han constatado las investigaciones de Gabriel Zucman–; y, a la vez, hace una seria advertencia: sólo con fórmulas de gobernanza pero, al mismo tiempo, de contundencia política, los más ricos –ese uno por ciento que se detalla en las estadísticas oficiales, que detenta el grueso de la riqueza mundial– se avendrán a pagar lo que les corresponde por justicia social. La democracia económica.

            Pero no solo es Piketty quien reflexiona sobre esta trayectoria del capitalismo. En libros recientes, Joseph Stiglitz (que nos habla de un “capitalismo progresista”) y Branko Milanovic (que nos ilustra sobre un “capitalismo popular”) nos han obsequiado con visiones de gran interés. Su conclusión es clara. Si las desigualdades no están hoy a los niveles del siglo XIX se debe a los impuestos y a los sistemas de reparto que todavía mantenemos del “capitalismo socialdemócrata”.

El problema es que estas dos herramientas se han quedado cortas en el mundo globalizado. Entre la globalización, que se llevó a muchos puestos de trabajo fabriles; y los cambios tecnológicos, que descentralizaron los procesos, la unión de trabajadores “sindicalizados” bajo un mismo techo es toda una rareza hoy. Piketty, Stiglitz y Milanovic proponen vías comunes para encarar el grave problema de la desigualdad, aunque reconocen las dificultades al respecto: mejorar notablemente la calidad de la educación pública para reducir la brecha con la privada de élite; y volver a gravar las grandes herencias para fomentar la movilidad social de los menos afortunados. Educación, fiscalidad y control de los capitales: una trilogía esencial.

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Curriculum Carles Manera. Actualizado a 29 octubre 2023

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La resiliencia de la economía regional de España. Trabajo de investigación publicado en The Annals of Regional Science

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