Estados Unidos: profunda inestabilidad

            El proceso de “inundación” informativa, tóxica e incongruente, al que nos referíamos en un artículo anterior, continúa desde la administración de Estados Unidos. El mundo se está dividiendo cada vez más en bloques geopolíticos que, sobre todo desde las iniciativas de Trump, se intenta que se segmenten, anulando así las aperturas comerciales. Un ultranacionalismo económico que ignora la historia económica más reciente y sus consecuencias al adoptar esa hoja de ruta. Trump y su equipo actúan desde una óptica mercantilista, en el sentido de observar las balanzas comerciales de Estados Unidos con el resto del mundo y tratar de reequilibrarlas o de obtener superávits. Con intromisiones inaceptables en todos los países. Sin negociar: solo con imponer. No sabemos quién o quiénes asesoran al presidente norteamericano en el terreno de la economía; pero sean quienes sean denotan una ignorancia supina o, lo que es también letal, una perversión intencionada con tales propuestas. Parecen olvidar un tema básico, real, objetivo: que muchas empresas de Estados Unidos han deslocalizado todo o parte de sus procesos productivos, buscando salarios más bajos o costes jurídicos y ambientales menores. Y eso ha supuesto, entre otros factores relevantes, un gradual proceso de desindustrialización en Estados Unidos, y su orientación a una economía de servicios cada vez más intensa: casi el 80% del PIB del país son servicios de todo tipo, si bien en estos casos se impone discriminar de qué tipo de servicios estamos hablando. Los servicios suelen ser un inmenso cajón de sastre, cuyo análisis desagregado debe priorizarse desde la ciencia económica.

            En tal contexto, curiosamente Estados Unidos quiere desbancarse como líder mundial. Las divisiones en bloques geopolíticos (Estados Unidos, Unión Europea, China y Asia, Canadá, Latinoamérica, África subsahariana) se están incentivando con las propuestas económicas de la nueva administración. En otros momentos transcendentales, la economía occidental y la de Estados Unidos se encumbraron o superaron crisis por la actuación de Estados Unidos como líder efectivo: colaborador para, a su vez, favorecer su propio crecimiento económico. Se vio en 1924 con el Plan Dawes que abrió créditos e inversiones tras las consecuencias de la Primera Guerra Mundial; en 1933 con el New Deal del presidente Roosevelt para atajar los impactos del crac de Wall Street y la crisis de los años treinta; o en los programas derivados de Bretton Woods desde 1945 tras el final de la Segunda Guerra Mundial, con la creación de nuevas instituciones económicas. Tres momentos en los que el liderazgo de Estados Unidos actuó como acicate. Empujes que consolidaron el papel de esa potencia, que mejoró además sus propias condiciones internas. No se actuó como rémora, que es lo que está pasando hoy con el presidente Trump y sus acólitos. Podremos evaluar los resultados de esa política económica, social y cultural en poco tiempo. No será positivo el desenlace. Tampoco para Estados Unidos. Tal despropósito habrá infringido inestabilidad, incertidumbre y dolor a millones de personas. Incluyendo a quienes votaron a Trump.

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