No existen políticas económicas únicas. No, en el sentido de que los países, para crecer y mantenerse, solo pueden hacerlo con una determinada agenda, sin variaciones. Tampoco existe un solo modelo de crecimiento, lo que podríamos denominar “el modelo”. Esto lo ha explicado el economista de Princeton Dani Rodrik (Las leyes de la economía). La economía es una ciencia social y, como tal, trata del comportamiento de las personas, en sus conductas individuales y colectivas. Y esas personas, sus empresas, sus administraciones, sus contactos con los mercados, determinan en el tiempo histórico estructuras económicas concretas. Que son variables, que mutan, que se adaptan.
En el caso de España, las políticas económicas que se implementaron siendo ministros de Economía y Hacienda Rodrigo Rato y Cristóbal Montoro tuvieron consecuencias objetivas, destacadas últimamente a raíz del estallido del presunto caso de corrupción protagonizado por Montoro y su equipo. Rato, entre 1996 y 2004, siendo Montoro Secretario de Estado, fomentó una serie de medidas tendentes a cumplir con los criterios del euro. Y esas pautas se centraron en reducir el déficit y liberalizar el mercado. Fueron determinantes las privatizaciones (Telefónica, Endesa, Repsol, Argentaria) y la liberalización del suelo. Supuso pérdidas importantes de capital público, enjuague del déficit y expansión inmobiliaria y del crédito privado, junto a la creación de empleo de elevada temporalidad. Se cebó la burbuja inmobiliaria que fue, junto a otros factores exógenos, causa central de la Gran Recesión en España. Entre 2011 y 2018, Montoro asumió la cartera de Hacienda, en una coyuntura de crisis de la deuda. Se optó por ajustes draconianos que supusieron recortes en prestaciones, sanidad y educación. Se subieron las tasas del IRPF y del IVA, al tiempo que se promulgaron medidas polémicas de amnistía fiscal y el rescate bancario (cerca de 50 mil millones de €).
Los desenlaces de estas políticas económicas: creación de empleo temporal (o a tiempo parcial), nulo desarrollo hacia un modelo productivo menos dependiente del turismo y de la construcción, incremento de la deuda pública (70% sobre PIB en 2011, 100% en 2017) y expansión de la desigualdad social y de la pobreza laboral. Se exigieron sacrificios importantes en política de rentas: congelación de las pensiones (incrementos del 0,25%), de pagas extraordinarias a los funcionarios, de controles salariales férreos. No existe milagro económico.
Esta política económica fue dogma (sello de identidad de Bruselas en el ámbito fiscal y de Fráncfort en el monetario). Se consideró errónea por parte de la Comisión Europea… ¡en 2020! La sombra de la COVID. De hecho, entonces la orientación fue diferente: una política alejada de la austeridad, y más expansiva en inversión y gasto social. Sincronización entonces entre la política fiscal y la monetaria. Con resultados distintos: positivos. Comprobables.
Tantos sacrificios reclamados por Rato y Montoro no fueron homogéneos. Sectores empresariales, con la complicidad espúrea del ministro de Hacienda, vivieron momentos más felices. Los dogmas encierran trampas. Nunca milagros.