Dos frentes, dos, en Europa: uno se adjudica a Grecia; el otro, a Ucrania. Estamos ante una semana decisiva, pero que no cerrará nada para el futuro inmediato.
1. Grecia o la adaptación de Syriza. El partido de Tsipras remodela su propuesta por boca de Varoufakis: ya no se habla de quitas de deuda ni de condonaciones explícitas. Syriza desinfla su ideología económica. Porque si las deudas no se cancelan es que deben pagarse. Aquí el nuevo escenario que se abre es cuándo. El plan de Varoufakis es alargar al máximo el reembolso de una parte sustancial de los 300.000 millones de euros de deuda, con una vinculación directa al crecimiento del PIB heleno.
La idea, que me parece muy sensata, corre paralela a la tesis abrupta del BCE: rechazar deuda griega como aval en operaciones de soporte a los bancos. Esto ha rebajado notablemente las pretensiones originarias de Syriza y su tesis de trabajar la deuda pública de manera unilateral. Un mundo globalizado no permite esto; debería saberse. Y la lección es aplicable a determinadas ocurrencias de Podemos, que está en posiciones similares a las originarias de la izquierda helena. A todo ello, se suman los proyectos inmediatos de Tsipras, que rebaja sustancialmente el programa de Salónica, a saber: plan de choque para atajar la pobreza en amplias capas de la población. De los 12.000 millones calculados en un principio, Tsipras habla ahora de unos 6.000, todo para ajustarse a la férrea posición germánica. Grecia está sin aliados. Y la realpolitik se impone. Antón Costas y Paul Krugman han hablado del «juego de la gallina» o del «dilema del prisionero», utilizando los símiles que funcionan en teoría de juegos. El problema aquí es que, sea quién sea la gallina o el prisionero, su conducta va a afectar de forma directa a todo el corral y a toda la prisión.
2. Ucrania o el peligro de guerra en Europa. Alemanes y franceses se han aprestado a dejar tenuemente de lado otros temas acuciantes –el griego, por poner sólo un caso crucial– y focalizar esfuerzos en evitar el choque de trenes entre Ucrania y Rusia. Ambos nacionalismos se aprestan a demostrar quién tiene más testosterona, y la amenaza de inestabilidad política en una área estratégica de Europa no es un fenómeno menor: los conflictos suelen cohesionar a las partes en litigio, al menos de entrada. El desenlace de esos procesos es tan abierto como inseguro. Por eso, debería imperar un sentido común que ahora es ausente. Estados Unidos ya ha advertido que el dibujo de nuevas fronteras a punta de pistola no se va a tolerar. Todo esto desestabiliza a una Unión Europea con crecimientos anémicos, un gran espacio económico, social y político que está lastrando a la baja el avance de la economía global. No sólo esta semana va a ser determinante: vienen otras de incertidumbre y, por tanto, de temores fundados no sólo en unos mercados que son capaces de moverse sin tregua, sino para unas sociedades, las europeas, que sólo desean vivir en paz.