El debate sobre el Estado de la Nación ha vuelto a desempolvar, por parte del PP, el arma de la «herencia recibida». Han pasado tres años y el discurso sigue impasible. Es inviable debatir con rigor, ante ese muro de contención totalmente falso, tras el que se parapeta el presidente Rajoy. Lo más llamativo es que, además, se sigue invocando el tema de la Gran Recesión, como si todo el mundo la hubiera visto venir (los conservadores, por supuesto) y sólo los gobiernos progresistas hubieran estado ciegos ante la catástrofe. Pero todos los gobiernos del mundo, o buena parte de ellos, si quieren que no sea tan categórico, conocieron los efectos letales de la crisis sin apenas previsiones, a partir de las recetas que emanaban de las principales instituciones económicas. Se desempolvaron políticas contra-cíclicas, con el objetivo central de recuperar el crecimiento, estimular la inversión pública y, de esta forma, animar la retirada abrupta de la privada en los mercados. Las cifras de todas las comunidades autónomas, en mayor o menor grado, fueron en esa dirección. La misma que se observó en Gran Bretaña, Francia, Alemania y Estados Unidos. El PP se ciega en su propio lodazal: en tres años ha sido incapaz de poner en marcha una sola medida de crecimiento económico, ha concentrado sus esfuerzos en recortes leoninos, y ello ha supuesto la pérdida importante de servicios y prestaciones sociales. Ese y no otro es el balance conservador.
Rajoy no va a hacernos creer que estamos en las puertas de una recuperación que nadie ve, a tenor de las variables sociales, derivadas de la atonía económica, que se van conociendo cada día. La tergiversación, la mentira, la frivolidad, la falta de criterio, la improvisación, deberían ceder paso a la concertación, a saber escuchar, a abrir foros de encuentro con los agentes económicos y sociales y con la oposición, a una mayor seriedad para hacer frente a un estado que está muy alejado de signos positivos.