Catalunya: se busca un tiempo que se ha perdido

Los artículos de opinión se centran en analizar los datos: número de escaños, porcentajes de voto, posibilidades de vertebrar un nuevo gobierno. Los resultados abrigan todo tipo de especulaciones: disensiones en el bloque soberanista, cerrazón del gobierno central, actitud de algunos de los triunfadores (como Ciudadanos). La declaración oficial de Rajoy, lamentable, no abre ninguna esperanza: con tono altivo, el presidente siguió con su discurso inamovible, como si el tema no fuera con él, dando por bueno un desenlace que coloca en cerca de un 50% la población que, de forma nítida, está por la vía soberanista. O que, si se quiere hacer una lectura más suave, persigue un cambio relevante en las relaciones de Catalunya con España.

Pero el problema central sigue ahí. La pelea con los números es lícita, y siempre suele ser el protocolo que se sigue en la noche electoral. Sin embargo, aunque estemos hablando de un 48% –y no de un 51%– de partidarios, tácitos y explícitos, de la independencia, el dato es suficientemente llamativo como para advertir a las instituciones centrales que algo debe hacerse. Y ese «algo» no consiste en realizar declaraciones más o menos solemnes, esperando a que amaine el temporal y reconducir la situación.

Junts pel Sí y la CUP seguirán con la hoja de ruta del Procés, porque es el nexo común que ha articulado su propuesta electoral principal: la independencia. Esto es lo único que les une; nada más. Por eso, no va a haber una marcha atrás, movida por un temor que, desde instancias de Madrid, se quiere espolear. Junts pel Sí y CUP avanzarán, antes de las elecciones generales, su nueva fase de trabajo, que se concreta en la composición del nuevo parlamento de Catalunya y en la elección de un candidato a President de la Generalitat. La CUP va a tener el problema de decidir qué hace ante ese escenario: si persiste en su posición de no apoyar a Mas o si, por el contrario, accede a ello en aras del objetivo central de los 72 escaños alcanzados por las opciones soberanistas. Pienso que, finalmente, triunfará esta opción.

El actual PP y Rajoy, en ese contexto, no son interlocutores válidos para tratar de paliar la situación. Contrariamente a lo que piensan las gentes de Podemos, urge aprender del espíritu de consensos que impregnó la Transición, sin querer con ello mitificar ese período, pero tampoco ningunearlo. Los consensos se establecen a partir de las discrepancias: de discutir, confrontar y hablar mucho. Y hallar vías comunes de entendimiento, para evitar asomarse demasiado a un contexto incierto, teniendo en cuenta las advertencias ya formuladas, por activa y por pasiva, por las entidades europeas.

Ese espíritu está ausente. Podemos reformar la Constitución y realizar admoniciones y propuestas que van a quedar muy bien como declaraciones de un día. Pero la cuestión exige altura de miras y un trabajo, sórdido y constante, que ponga sobre la mesa números, situaciones y, también, eso tan difícil de gestionar a veces como son los sentimientos.

No se va a avanzar nada si el discurso se encalla en que los independentistas han obtenido menos del 50% de los sufragios. Su avance es incuestionable. El encaje de Catalunya en España no sirve desde la óptica actual de las autonomías, tal como éstas se vertebran. Atención, también, a los mensajes que vienen desde Euskadi, mucho más matizados pero igualmente decididos, por boca del Lehendakari Urkullu. Esto sigue. Empezó hace tiempo, un tiempo que ahora falta. ¿Nadie se dio cuenta? Y los que sí lo vieron ¿por qué no hicieron nada?

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