El ministro Soria, en la Feria Turística de Londres, ha declarado que el impuesto turístico balear, que el gobierno de izquierdas piensa aplicar desde mayo de 2016, es un «disparate». De nuevo, tal y como pasó en 2000 y 2001, el gobierno central plantea su particular guerra contra la capacidad fiscal que las autonomías tienen para generar ingresos, al tiempo que exige a las regiones los cumplimientos teológicos del déficit público. Nada dijo el gobierno del PP cuando el Ejecutivo balear liderado por Bauzá y el PP impulsó una importante presión fiscal desde 2012 y hasta 2015, presentada como la panacea de la política económica por el entonces conseller del ramo. Ahora, poner una tasa de poco más de un euro por pernoctación en Baleares infiere, según Soria, una hecatombe. Apocalipsis que, por cierto, conocen otros destinos turísticos masificados, sin que se haya producido derrumbe alguno. Ciudades turísticas como Barcelona (y el resto de los destinos catalanes), Florencia, Roma, Berlín, por citar tan sólo una mínima nómina, tienen establecidas tasas similares, más elevadas incluso. Los turistas siguen fluyendo y los hoteleros, a pesar de primeras resistencias, han acabado por aceptar que ese recargo no supone nada lesivo para sus intereses económicos.
Soria se equivoca. Como persona que proviene de Canarias, un destino turístico relevante, debería saber que ese gravamen de 1-2 euros por pernoctación, según la categoría del establecimiento hotelero, no sólo va a ser positivo para el destino en cuestión, sino que aportará, además, mayor competitividad al incidir en una mejora de entorno, en todos los sentidos, con la recaudación que se obtenga. Eso es lo que ha pasado en la economía real en los lugares que conocen las tasas turísticas. En Baleares, los estudios que se han realizado sobre elasticidad en relación a la puesta en marcha de una tasa como la que comentamos, concluyen que su incidencia en la demanda es muy reducida, y que apenas llega al 2% en el caso del turismo germánico. Por consiguiente, la declaración de Soria está presidida más por una reserva ideológica que por una constatación técnica: eso sí que es un dislate.
Soria debería preocuparse más, si lo que le inquieta es la capacidad de los destinos turísticos maduros, en que Baleares reciba las inversiones que se le deben en estos últimos cuatro años por parte de su propio gobierno y que se elevan a unos 500-600 millones de euros: ésta sí es una verdadera piedra de toque, y no los alarmismos que pueden crearse con la aplicación de la tasa turística, un instrumento que la mayoría de destinos competitivos tienen ya en funcionamiento, sin que se haya producido cataclismo alguno.
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