La guerra líquida

Vivimos en una era que ha sido cualificada por Zygmund Bauman como civilización líquida. Líquida, en el sentido de pérdida de toda solidez en principios, referencias, conductas, evoluciones. El individualismo más extremo se ha apoderado de todos, fruto de la «revolución conservadora» que se instaló desde los años 1980, con la llegada al poder del conservadurismo de Reagan y Thatcher. Los colectivos y la fuerza que pudieran desprender se han ido deshojando, y esa idea hayekiana de inexistencia de la sociedad y de preeminencia del individuo ha terminado por calar. Eso ha comportado la disolución de buena parte de lo que creíamos inamovible: pétreas, rocosas, las conquistas alcanzadas por los movimientos sociales desde el siglo XIX parecían intocables. Hasta que los argumentos «líquidos» han venido a deshacer tales creencias. Los trabajos de Bauman se adentran en todas las esferas del comportamiento humano, hasta el punto de preconizar, igualmente, un amor líquido. Pero un elemento parecía no encajar: la noción, el concepto y la práctica de las guerras, desde el momento en que provocan consecuencias harto sólidas y bien tangibles, con desarrollos letales para la ciudadanía.

Pero los sucesos de París –como antes los de Nueva York y Madrid– conducen a un nuevo escenario, que va más allá de la adscripción del terrorismo puro y duro. Estamos ante una lucha casi civilizatoria que está poniendo en jaque un bienestar alcanzado por la clase obrera tras décadas de sacrificios, con el cuestionamiento de la democracia y de los principios básicos de la Ilustración. No hay ejércitos muy concretos enfrente, ni existen Estados reconocibles, a pesar de que ambos elementos se invocan constantemente. Ahora, Europa persigue sombras que ella, en parte, ha ido creando en el curso de los últimos años y que se han fraguado, de manera evidente, tras la guerra de Irak. El trío de las Azores tiene aquí una responsabilidad enorme –por la que apenas ha pagado nada– junto a la hipocresía que preside las relaciones con países determinados del mundo árabe. La entropía generada ha sido el caldo de cultivo de movimientos fanatizados, con la religión como emblema pero con la eficiencia económica como resorte y palanca. Esa eficiencia radica en las cuotas de petróleo que controla ISIS, las rutas que frecuenta, los capitales que acumula. Esto, que aparece en algunos medios de comunicación, debe ser conocido por las cancillerías occidentales, con contactos estrechos en Arabia Saudí y en Qatar, por citar tan sólo dos epicentros desde donde se fraguan los desastres. Pero sin acciones al respecto.

La guerra es intangible, a pesar de que el miedo está bien instalado. Nunca, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, se habían producido estados de excepción y la salida de ejércitos en los bulevares europeos, hasta hace pocos días transitados con la confianza que proporciona la tranquilidad democrática. Es cierto que las catástrofes las veíamos lejanas, fuera de nuestras coordenadas geográficas. Pero la proximidad física nos ha golpeado de manera brutal: ayer París, mañana quién sabe, si los principios líquidos de este conflicto comportan opacidad, silencios e inmolaciones. Puede ser en tu ciudad. Ante esto, el «buenismo» no debe ser la divisa adoptada, como tampoco debe serlo la xenofobia y la marginación hacia colectivos de inmigrantes. En sus últimas aportaciones, el filósofo Slavoj Zizek advierte en relación al estado permanente de culpabilidad de Europa en todos los desórdenes que se están produciendo. Nos dice que debemos parar ese argumento, toda vez que el eurocentrismo se está terminando a tenor del avance capitalista en los países asiáticos. Reflexión interesante, que no exime pero que agudiza los discursos.

La protesta ante todo esto debe ser firme. Pero también, desde los sectores progresistas, debería abandonarse la tesis de culpabilidad total. Asumamos la que tenemos, pero no más. Y a la violencia de ISIS debe responderse, entonces, con una violencia selectiva, que corte sus suministros, sus bases económicas, sin bombardeos indiscriminados en las ciudades sirias o irakianas. Es la guerra líquida. Algunos ya hablan de que estamos ante la Tercera Guerra Mundial.

 

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