La salida no es más austeridad y recortes: es más gasto público e inversión

Inflación al cero, crecimiento escaso (un 2% en el mejor de los casos), volatilidad evidente en las Bolsas, caída en los precios de materias primas, desplome económico en China…y tímidos grados de apertura hacia un mayor gasto público por parte de la Comisión Europea. Si es así –habrá que verlo–: ¡bienvenidos al sentido común! Ya iba siendo hora (insisto y perdonen mi escepticismo) de que se produjeran reacciones a lo obvio: Europa no arranca con suficiente fuerza, los bajos niveles de precios suponen más proximidad a escenarios deflacionistas –como se ha comentado en reiteradas ocasiones desde este blog–, las políticas monetarias impulsadas por el BCE tienen ya severos límites y, por consiguiente, urge activar con más decisión las políticas fiscales. Esas que eran vistas como una heterodoxia insalvable por el mainstream y como una aberración a las leyes de la ciencia económica. Este escaso keynesianismo económico es el que trata de reactivar las economías europeas con, además, mayores laxitudes en los grados de compromiso. Sin esas flexibilidades, resultará harto difícil cumplir con los requerimientos escritos, cual Tablas de la Ley, en el frontispicio de Bruselas. A la inyección de dinero del BCE –tardía, pero efectiva– se debería añadir ahora planes más decididos de inversión pública y de gasto público que cuenten con destinatarios muy concretos –la población juvenil y la más vulnerable, necesitada del concurso de las administraciones–, de forma que eso actúe como palanca de crecimiento y amortiguador de los efectos de la crisis. Esta idea, este axioma, lo llevamos defendiendo algunos economistas desde hace ya varios años: cuando gestionábamos la res publica y cuando nos hemos enfrascado en reflexiones más teóricas y académicas. Se necesita tiempo para ver cómo deriva esta nueva encrucijada: si, en efecto, se acabará entendiendo que la salida no es más austeridad y recortes, sino más gasto público y más inversión. Porque sin ambos, el crecimiento no es posible. Y sin crecimiento, difícilmente se reducirán el paro y la desigualdad.

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