Acabar con la austeridad

Palabra de Jean Claude Junckers: “hay que decir adiós a la austeridad, quizás el mayor error europeo en esta crisis”. Una afirmación que rompe con la imagen idílica que los economistas liberales han tratado de difundir, desde el inicio de la Gran Recesión: las bondades de una política económica de equilibrio presupuestario a ultranza, de recortes de inversión y de gasto social, que han supuesto en la práctica enormes sacrificios para el conjunto de la población. En tal sentido, los indicadores sobre deuda pública, desigualdad, precariedad y paro juvenil, han empeorado con la aplicación de este recetario ciego ante las dislocaciones sociales que ha ido provocando. La recuperación de los datos del PIB, un hecho tangible, no puede eludir otras variables que, como las enunciadas anteriormente, comportan desequilibrios igualmente detectables por las bases estadísticas. Una reciente reunión de los máximos dirigentes europeos –a la que también ha acudido el presidente español– ha abordado este tema: la inquietud ante el problema social de Europa, jalonado con los avances de la extrema derecha, la xenofobia, el aumento de la desigualdad y la polarización social. ¿Qué medidas adoptar?

No resulta sencillo arbitrar un plan de actuación conjunto, con realidades muy diferentes en el espacio europeo. Pero existen instrumentos que pudieran ser activados, si existiera un mínimo común denominador entre los distintos estados, siempre que el objetivo estratégico sea uno: construir más Europa y fortalecerla. En primer término, se hace imprescindible una mayor unión bancaria, con el refuerzo del BCE como entidad que tenga más en cuenta la flexibilidad en los objetivos de inflación; al tiempo, el BCE debería actuar como garante monetario en los mercados financieros, como protector de la eurozona, como banco de última instancia. En paralelo, sería importante la creación de un fondo de garantía de depósitos, que supusiera su mutualización y un avance en la solidaridad inter-europea. Un segundo factor a considerar radica en la reestructuración de la deuda. Ésta constituye uno de los problemas más acuciantes en la economía europea, con cifras que superan –particularmente en los países del sur– más del cien por cien sobre PIB. El avance de la deuda privada –familias y empresas– se desarrolla de manera imparable, según datos recientes del Banco de Pagos Internacionales, con previsiones de seguir en esa senda expansiva hasta 2020. Esto infiere una posible vulnerabilidad ante incrementos en los tipos de interés, algo que ya ha iniciado la Reserva Federal, y que puede acariciar el BCE con la retirada, además, de los estímulos en compras de deuda soberana, tal y como ha indicado Mario Draghi. Un tercer aspecto se centra en la inversión pública entendida como multiplicador económico esencial. El Plan Junckers es insuficiente: urgen más recursos, canalizados hacia inversiones productivas que impacten sobre la economía del conocimiento, la economía del bienestar y el trabajo juvenil. Los tres argumentos expuestos requieren de mayor discusión. Pero son un punto de partida.

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