Guerra comercial en ciernes

Las dislocadas decisiones de Donald Trump, las ya expuestas y aquellas que tan sólo se intuyen, están conduciendo a un escenario económico de severa inestabilidad. El mandatario norteamericano ha anunciado subidas en los aranceles para el acero y el aluminio de Europa, renglones que van a afectar seriamente a algunas de las más importantes economías del continente, con Alemania a la cabeza. El gigante europeo, con un 9% de superávit comercial sobre su PIB, expandió esta receta de activismo comercial como salida a la Gran Recesión y, erróneamente, la recomendó a todos los países de la zona euro, orillando que esa hoja de ruta era imposible para todos pero muy favorable para la resistencia germánica. Este es un error de bulto de la estrategia de Merkel y de sus defensores austericidas, que han menospreciado hasta la fecha cualquier otro factor de política fiscal, que muchos economistas hemos ido defendiendo desde hace años.

La premisa de Trump, “América primero”, se extiende por el mundo con resultados desiguales. Corea del Sur ha caído en esa dialéctica, de manera que ha aceptado, por ejemplo, poner límites a sus propias exportaciones hacia Estados Unidos. Este inicial triunfo de Trump, que alimenta su granero electoral –el compuesto por trabajos industriales de carácter más rutinario, que pueden ser sustituidos por inversiones tecnológicas–, se abona además con mensajes en contra de la globalización y de los tratados comerciales ya existentes. El proteccionismo económico ha sido, de forma recurrente, un recurso implementado por los gobiernos en etapas recesivas, desde el último tercio del siglo XIX. En todas las crisis económicas, esa política económica que tiende a “arruinar al vecino”, ha supuesto vías tácticas de salida interior, de complacencia ante los propios electores: un tour de force que se instala en la preservación de lo propio. Con la única excepción de Gran Bretaña, todas las economías practicaron, a raíz de la Segunda Revolución Industrial, en mayor o menor grado, la incentivación de aranceles a los productos extranjeros para salvaguardar los propios. El economista Friederich List lo teorizó de forma brillante, a mediados del Ochocientos. Pero en la coyuntura actual, con serias amenazas populistas de todo signo, encastillarse en tales premisas supone instalarse en escenarios de imprevisibilidad, mucho mayor a la existente en cualquier proceso económico.

Si cristalizan las amenazas de Trump, que pueden incidir de forma letal sobre la producción de coches en Alemania, mercado exportador hacia Estados Unidos, las respuestas estarán servidas; de hecho, la Unión Europea ya las está barajando, junto a otras que provienen de la ya consolidada potencia china: aranceles sobre las compras de productos agrícolas norteamericanos y algunos productos industriales, factores que provocarían, sin duda, lesiones graves al libre comercio. La guerra comercial forma parte de la estrategia de la administración Trump para consolidarse internamente, sin tener en cuenta que eso va a penalizar de manera notable, a medio plazo, a la economía que dice defender y a los sectores a los que se dirige como protector.

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