Economía sin alma: amenazas económicas

La tranquilidad de la evolución económica no elude la existencia de serias amenazas. La Gran Recesión se está caracterizando por la superación de las variables macroeconómicas y el retorno a las existentes antes de 2008. Pero a la vez por el mantenimiento e incremento de la desigualdad, vinculada a la precariedad e inestabilidad laborales. Esta situación no se observó tras la crisis de 1929, al menos hasta 1937, en la economía norteamericana. En efecto, las políticas de gasto fiscal expansivo de Roosevelt contribuyeron a salir de la recesión; pero la retirada de esos estímulos, en 1937, sumió de nuevo en la depresión a Estados Unidos, en un proceso que se resolvió, de manera dramática, con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. ¿Y ahora? Las cifras, tanto de Estados Unidos como de la Eurozona, se han situado claramente en un repunte económico, en una fortaleza aparente que se traduce en los avances del PIB respectivos. A pesar de las políticas de austeridad, se ha llegado a recuperaciones no tanto por la aplicación de aquéllas como por el mantenimiento de apoyos financieros estructurales.

La actuación del BCE, con Mario Draghi a la cabeza, ha sido clave; como lo fue la de Ben Bernanche en Estados Unidos. La munición monetaria, decisiva para la estabilidad del euro, al aportar liquidez y paralizar movimientos especulativos que lastraban la evolución económica en el sur de Europa. Esto no es del agrado de los halcones de la finanzas en Alemania. Aquí se dibuja una amenaza en toda regla para la zona euro, ya que la sustitución de Draghi tiene un nombre preferente para los financieros del Bundesbank: Jens Weidman, su presidente, economista formado en Bonn, prototipo de la “economía sin alma”. Estamos ante un duro estricto de las finanzas, que aboga por la paralización en la compra de deuda pública por parte del BCE, el fin de cualquier estímulo monetario, acentuar al máximo la flexibilidad laboral y el equilibrio radical de los presupuestos públicos, entre otras medidas que remachan los principios de la austeridad económica, sin referencia alguna a los costes sociales. Su llegada al puente de mando del BCE, hacia octubre de 2019, supondrá, de mantenerse estas posiciones, un foco inequívoco de intranquilidad, porque el corolario va a ser claro: la insistencia en subir tipos de interés, a pesar de que la inflación todavía no llega al 2% –inferior a lo fijado en el Tratado de Maastricht–, lo cual rubrica la visión ideológica de las posibles medidas. Una segunda amenaza es el precio del petróleo Brent, que se situará en 71 dólares en 2018, como promedio –ahora ya está en 80 dólares–, según la previsión para la agencia Reuters de once analistas especializados, tras las sanciones de Trump a Irán y la contracción productiva en Venezuela. Esto va a encarecer las facturas de los gobiernos. Y se trasladará a los presupuestos en forma de posibles recortes y caída del gasto público.

Subida de tipos y del precio de la energía: combinación letal. La recuperación, frágil. El inestable contexto internacional tampoco ayuda. El desastre de Trump y la obstinación en la austeridad pueden volver a la atmósfera crítica de 1937.

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