Leo el libro de Joan Esculies, Ernest Lluch. Vida d’un intel·lectual agitador, RBA/La Magrana, 2018. Un retrato completo de la trayectoria de un hombre comprometido, un historiador económico y economista de raza. Venía a menudo a Balears: tanto a nuestra universidad, donde impartió cursos de doctorado sobre pensamiento económico; como a Fornells, donde algunos veranos tenía alquilada una casita justo frente a la Iglesia. Nos veíamos aquí, en Barcelona y en Santander, en alguna ocasión, cuando él era Rector de la UIMP.
Lluch fue un gran introductor de la economía heterodoxa, a partir sobre todo de su influencia en la editorial Oikos-Tau. Pudimos leer entonces, y gracias a su empuje volcánico, a Piero Sraffa, Joseph Schumpeter, John Kenneth Galbraith y, sobre todo, a Albert O. Hirschman, un economista muy querido por Ernest. De hecho, le dedicó mucho espacio en otras revistas (como en Claves de Razón Práctica, con una entrevista antológica que le hizo, que ya es un clásico). Lluch me dio a conocer a Hirschman como fundamento teórico para las investigaciones sobre la historia económica de Baleares, un territorio siempre presente para Ernest y sobre el que escribió algunos artículos en La Vanguardia. Esa visión heterodoxa de la evolución económica, a saber, que era posible el crecimiento económico sin tener necesariamente grandes recursos industriales, con una perspectiva muy influida por los mercados pero también por las rupturas, fue determinante para nuestro programa de investigación aquí, en la universidad, en el campo de la historia económica. Su conocimiento sobre la economía valenciana, la “via valenciana” (con polémica incluida con Joan Fuster) fue un referente para nosotros.
Los recuerdos se agolpan, conmovedoramente, cuando pienso en él. Siempre le he echado de menos, y también siempre Lluch –como Josep Fontana– ha estado presente en los hitos académicos personales. El libro de Esculies constituye un tributo necesario para acercarnos a la dimensión militante, poliédrica, intelectual, científica, del profesor Lluch. Con gran sentido del humor, te explicaba anécdotas que no sabías si creer, por estrambóticas en algunos casos. Situaciones esperpénticas que decía haber vivido junto a personajes conocidos, mientras Fontana, a su lado, cabeceaba incrédulo y el resto de la mesa lo escuchábamos sin convencimiento pero con credulidad.
Lluch fue un puente sobre aguas turbulentas, en unos momentos difíciles, de los que a veces he podido hablar con su gran amigo Odón Elorza. Ernest sabía que lo matarían: el testimonio que deja a sus tres hijas es estremecedor. No quería velatorios, ni esquelas, ni que ellas estuviesen en ninguna organización de víctimas del terrorismo, ni que utilizasen su apellido para conseguir empleos. Mireia, su hija pequeña, recogió este testamento vital de su padre, tal vez sin darle la credibilidad que Ernest le otorgaba, como si fuera una de sus exageraciones.
Ahora hacen falta cabezas como la de Ernest Lluch, un hombre con una inquietud fuera de lo común, en palabras de otro gran maestro, Jordi Nadal. Le recordaré siempre; y el libro de Esculias se encarga de hacerlo a todos.