Caída en la producción industrial en Europa y contracción comercial mundial: dos signos importantes de ralentización de la actividad económica. Ambos guardan una relación muy directa con los problemas derivados de la globalización; en particular, las conexiones existentes con los mercados asiáticos y con Estados Unidos. A su vez, los negocios entre China y Estados Unidos generan un gran impacto sobre el conjunto de la economía mundial. Los datos, publicados en el reciente informe de la Organización Mundial de Comercio, son inequívocos: el ritmo de crecimiento del comercio cae hasta un 2,6%, el más severo desde 2016. La cifra explica poco si no se la contextualiza. La historia económica demuestra que las etapas de fuerte expansión de la economía se han vinculado a sendos procesos: el crecimiento del PIB a tasas superiores al 2% y, a su vez, el incremento del comercio a tasas que, generalmente, son el doble de las del PIB. Esto nos lo enseñó en su momento el gran economista Simon Kuznets, a partir de sus análisis pormenorizados de las estadísticas del comercio mundial. Las fases de recesión fuerte –el ejemplo más notorio es el de la crisis de los años treinta– se han visto expuestas a graves pérdidas de la actividad comercial. Es decir, los ritmos de la producción eran superiores a los de la comercialización, con lo que la posibilidad de sobreproducción y la génesis de procesos deflacionarios –auspiciada por los subconsumos– formaban parte de un escenario depresivo.
Ahora, las proyecciones realizadas por el FMI subrayan un crecimiento del PIB planetario del orden del 3,5% para 2019, mientras el avance comercial se ubica muy por debajo del 7% –que sería un dato aceptable, según las investigaciones realizadas en historia económica, como ya se ha dicho–. Pero asistimos, por el contrario, a un frenazo: poco más del 3% sería la tasa de crecimiento de los intercambios mercantiles. ¿Qué está pasando? Veamos algunas claves. De entrada, las guerras comerciales desatadas desde la llegada de Trump a la Casa Blanca comportan tentaciones proteccionistas. Este profundo conflicto económico infiere posibles caídas del PIB mundial del orden del 2% y contracciones comerciales cercanas al 17% hacia 2022, según la OMC. Un panorama altamente inquietante. La comparación con los datos de la Gran Recesión iniciada en 2008 son elocuentes: reducción comercial del 12% y del PIB mundial del 2% (cifras de 2009). La tendencia a introducir aranceles, que Trump ha destapado sin disimulo arguyendo un nacionalismo económico mal entendido –y peor practicado–, entra de lleno en la gran ley de la estupidez humana, según el profesor Carlo Maria Cipolla, a saber: acciones que perjudican a los demás, pero que también son letales para quienes las promueven. Nadie gana; todos pierden. En segundo término, las externalidades de todo esto sobre el conjunto de las economías –tanto las desarrolladas como las más emergentes y las poco avanzadas– se están notando. Alemania, Francia e Italia empiezan a tener indicadores preocupantes en el campo de la producción industrial, por una causa central: la reducción de las compras por parte de China a causa, a su vez, de sus pérdidas de exportaciones por los gravámenes norteamericanos. Un bucle muy negativo que lamina el crecimiento en los próximos años.
Esto es lo que ha hecho repensar a Mario Draghi su política monetaria: las subidas esperadas de tipos se van, también, a ralentizar, de forma que las compras de deuda pública parece que se prolongarán. La evolución de la inflación en Europa no ayuda; tampoco la de las inversiones productivas. El monetarismo tiene alguna munición. Pero será indefectible estimular la política fiscal para salir de esta espiral con pinta de nueva crisis, cuya profundidad resulta difícil evaluar por el momento.