Emociones en la economía

“De lo único que hay que tener miedo es del propio miedo”. La frase, contundente, la lanzó el presidente Franklin Delano Roosevelt en los años treinta, en el contexto del New Deal que acabaría por sacar a Estados Unidos de la Gran Depresión iniciada en 1929. Una sensación, un estado de ánimo, un sentimiento: el miedo, el temor al presente y al futuro inmediato. Estas son claves que también inciden en el mundo económico. John Maynard Keynes bautizó esto como “animals spirits”: las emociones frente a los comportamientos racionales, tan caros en los modelos matemáticos en economía. Esto infiere varias cosas. Primera, que la economía no es una ciencia exacta, en el sentido de que formula leyes imbatibles, que se cumplen en la mayoría de las situaciones. Segunda, que es una ciencia social, es decir, que afecta al comportamiento de las personas; y esas distintas formas de actuar no son uniformes, ni pueden ser reducidas en una variable inserta en una ecuación. Y tercera, los comportamientos humanos son erráticos, no siempre predecibles, tal y como han demostrado los trabajos de Daniel Khaneman y Richard Thaler, ambos premios Nobel de Economía.

La economía actual transita por un período de incertidumbre, avalado por las guerras comerciales –Estados Unidos y China, con impactos en la Unión Europea–, las recesiones técnicas –como en Alemania– y los retos que se presentan, inequívocos, ante nosotros –cambio climático, robotización, nuevos liderazgos, desarrollo demográfico–. Resulta curioso comprobar, sin embargo, como en esos escenarios inciertos se sigue creando ocupación: más de 1,5 millones de empleos en Europa, donde la capacidad de España queda bien patente, con cifras relevantes en la génesis de puestos de trabajo. Otra cosa, nada menor, es la calidad de los mismos.

En tales contextos, las noticias pesimistas lideran los titulares mediáticos: éstos parecen vender más que las previsiones más optimistas. Y esos datos que se van desgranando, muchas veces descontextualizados, alimentan los “animals spirits” preventivos, más cautelosos, más conservadores, en el terreno de la economía. Decisiones de inversión y consumo se aletargan, cuando no se bloquean: los pasivos bancarios aumentan –crece el ahorro– y las empresas consagran recursos a des-apalancar sus deudas, más que en las acometidas a nuevos proyectos. Las deudas, empresariales y familiares, han descendido, una situación que dista en relación a lo conocido antes del estallido de la Gran Recesión de 2008. Acometer las cifras económicas y sociales con mensajes apocalípticos no son las mejores recetas para enfrentarse a situaciones de incertidumbre como las presentes. Negar la existencia de problemas es, igualmente, un error que se ha cometido muchas veces, lo que no contribuye a encarar de manera convincente las posibles soluciones a aplicar.

En cualquier caso, en esta fase del crecimiento económico, con cifras exiguas en Europa, mucho más robustas en Estados Unidos, a uno y otro lado del Atlántico se plantea, de nuevo, una realidad harto conocida en tiempos de crisis: el papel del Estado, de los gobiernos, para fortalecer el desarrollo económico y social.

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