Palabras del economista Jeremy Ryfkin: extinción del 50% de las especies del planeta en los próximos 80 años si no se “descarboniza la economía”. No está sólo en su defensa de una Tercera Revolución Industrial, centrada en la inteligencia artificial, las energías renovables y la descentralización en la producción y consumo de esa energía. El cambio climático y la concienciación social y empresarial que está suponiendo se puede atajar desde posiciones “micro”, desde la esfera del consumo de la ciudadanía con cambios en hábitos ya adquiridos; y a partir de la estrategia “macro”, en la que los gobiernos y las instituciones deben actuar en esto que se ha bautizado como Green New Deal, emulando al original propugnado por el presidente norteamericano Franklin Roosevelt en los años treinta, para hacer frente a la Gran Depresión. Unas vías de actuación que pasan por la estrecha coordinación entre gobiernos y sector financiero, junto a modificaciones esenciales en las formas de consumir. Los datos disponibles –y reales– son importantes, con nuevas oportunidad de inversión en el horizonte. Veamos.
Para la ONU, alcanzar los 17 objetivos de desarrollo sostenible (ODS) en el horizonte 2030 supone 90 billones de dólares. Esto tiene traducción laboral: 380 millones de empleos y posibilidades de nuevos negocios relacionados con el medio ambiente por valor de 12 billones de dólares. Para la consultora KPMG, el ejemplo de la energía eólica es ilustrativo: creación de 3 millones de empleos; al mismo tiempo, y para el caso de España, la apuesta por las energías renovables incrementaría la renta en 6 mil millones de euros anuales, junto a la generación de 150 mil empleos (consúltese: https://assets.kpmg/content/dam/kpmg/es/pdf/2019/10/ceo-outlook-survey-energy.pdf.). En Europa, alcanzar las metas de los acuerdos de París se sitúa en 400 mil millones de euros. En la UE, existe una institución clave, el Banco Europeo de Inversiones (BEI), menos conocidos que el Banco Central Europeo (BCE), este último con altas competencias monetarias. El BEI ya ha puesto en marcha su maquinaria: 150 mil millones de euros entre 2012 y 2018 para proyectos contra el cambio climático, junto a la emisión de eurobonos verdes evaluados en 28 mil millones de euros. Poco todavía. Pero para 2025: un billón de euros a tal finalidad. Para KPMG (véase referencia anterior), los beneficios de inversiones vinculadas a la transición energética se concretan en un ahorro de más de 350 mil millones de euros en el ámbito social hacia 2050 por la reducción de la contaminación y la salvaguarda de 4 millones de vidas cada año.
Todos estos números avalan el inicio, todavía tenue, de estrategias para cambiar un sistema económico que tiene severas restricciones en un futuro inmediato, por las externalidades ecológicas negativas que está promoviendo. No veamos en ello signos de optimismo infantil. Las resistencias son inmensas: los intereses en los combustibles fósiles son enormes. Ante el desafío climático, se imponen mayores grados de flexibilidad en las políticas públicas, con coordinaciones supranacionales. Sin austeridades letales y sólo economicistas.