He aquí un libro imprescindible para el economista y el científico social que quiera adentrarse en el proceso de la desigualdad (Una breve historia de la igualdad, Deusto, Barcelona, 2021). El autor es un viejo conocido: Thomas Piketty, que deslumbró hace pocos años con sus estudios minuciosos sobre la desigualdad económica y social, a partir de dos libros monumentales sobre el tema. Ahora, nos brinda una nueva entrega, en un formato más sintético pero igualmente denso y profundo. Una vez más, Daniel Fuentes ha hecho una traducción impecable: hay aquí un mérito innegable que nos acerca a las contribuciones medulares de Piketty. Este gran historiador económico –porque ese es el perfil del economista francés– construye este texto en diez capítulos que abrazan un largo período de la historia económica mundial, adoptando la lucha por la igualdad –de ahí el título de la obra– y del desarrollo de la desigualdad, como enorme contrapunto. La profundidad cronológica, de nuevo, y una erudición implacable, recorren las casi trescientas páginas.
Para Piketty, la tendencia hacia la igualdad se sustenta, desde fines del siglo XVIII, en diferentes vectores, que van desde la igualdad jurídica, hasta el sufragio universal y la democracia parlamentaria. Y todo ello con corolarios sociales de gran transcendencia que se desgranan en diferentes capítulos. En esos contextos, las luchas –sostiene Piketty– son determinantes; al igual que la génesis de instituciones justas. Aquí el argumento del francés se entremezcla con las tesis de los norteamericanos Acemoglu y Robinson sobre el papel de estas instituciones que se califican como “inclusivas” por estos dos últimos autores.
Dos aportaciones –de otras que se recogen en sus páginas– merecen ser destacadas en este libro esencial. Por un lado, la tesis de Piketty de que urge adoptar nuevos indicadores para medir la desigualdad en todas sus facetas. Aquí, el economista aboga por indicadores ambientales y de otros de carácter multidimensional, que complementen aquellos más vinculados a la renta. En este punto, la posición es lúcida, atendiendo a los grandes desafíos que tenemos –como el cambio climático–: Piketty defiende la confección de un indicador sintético, que eluda el “obsesionarse con el PIB”, y que vertebre aspectos como las emisiones, las diferencias de renta, la salud, la educación, etc. La virtualidad de este pensamiento radica en su capacidad de ser aplicado, con metodología adecuada, a economías nacionales y regionales, como otra forma de construir nuevas métricas que ayuden a entender, de manera holística, el desarrollo de las desigualdades.
Por otra parte, Piketty defiende la noción de un “socialismo participativo”, que concreta en el avance de la redistribución. La visión del economista defiende la urgencia para que paguen los que más tienen –y que suelen eludir su responsabilidad fiscal evadiendo capital hacia paraísos fiscales–; y, a la vez, hace una seria advertencia: sólo con fórmulas de gobernanza pero, al mismo tiempo, de contundencia política, los más ricos –ese uno por ciento que se detalla en las estadísticas oficiales, que detenta el grueso de la riqueza mundial– se avendrán a pagar lo que les corresponde por justicia social. Porque no puede ser que quienes se aprovechan de las infraestructuras públicas, de la sanidad pública, de la educación pública, del enorme esfuerzo canalizado hacia la investigación y el desarrollo desde el sector público, de la formación de un capital humano generado desde las administraciones públicas, recojan todo ese ingente esfuerzo y trasladen, con una facilidad escandalosa, sus capitales y beneficios hacia territorios que esconden esas sumas para evitar el pago de los impuestos que les corresponden.
En definitiva, un trabajo magnífico, de obligado estudio –y no solo lectura– para los profesionales de las ciencias sociales. E, igualmente, para los políticos.