La ética de la responsabilidad para la izquierda

Lecciones de los comicios en Andalucía: el tiempo de las mayorías absolutas puede haber pasado, en los momentos críticos que vivimos. Se abre un nuevo período, marcado por la irrupción de nuevos partidos, con geometrías variables y, por tanto, con necesidades de consensos políticos.

Gobernar en minoría va a ser una posibilidad cada vez más plausible en muchas autonomías y municipios. La generación de coaliciones postelectorales para configurar un gobierno nuevo, tampoco es un escenario descabellado. En estos casos, se asistirá a arduos procesos de negociación, realizados de manera fulminante, con escaso tiempo para cumplir con los calendarios establecidos. Se cometerán errores. Si lo acontecido en Andalucía es, con todos los matices y especificidades que se quieran, un vía posible de trabajo político, es decir, ausencia de mayorías absolutas y, por consiguiente, necesidad de pactos puntuales o estratégicos, se abren perspectivas que se sustentan sobre una cultura que ya parecía olvidada: la del acuerdo desde la disensión. Y esto requiere tiempo y huir de improvisaciones.

La traslación de todo esto a Baleares es evidente. A pesar de que desde el PP se han aprestado a afirmar que no pueden extrapolarse las cosas, no cabe duda de que al menos algunos factores sí son homologables. Las estructuras políticas son, en efecto, distintas; pero en Baleares, a partir de mayo, se puede producir una situación que no nos es desconocida: la pérdida de la mayoría absoluta por parte del PP y la posibilidad de articular una opción de gobierno distinta a la aritmética conservadora. De hecho, todo el espectro político –incluido el PP– dan por hecho que los conservadores perderán esa mayoría apabullante que ahora ostentan, y ello puede dar pábulo a otras opciones que sumen esfuerzos. Dos elementos resultan importantes en este contexto:

  1. El temor a un gobierno de izquierdas ha vuelto a aparecer entre los colectivos empresariales, inquietos ante el avance de grupos políticos considerados como extremistas, que pueden condicionar la acción de un posible gobierno de progreso. Los movimientos de las patronales son inequívocos, y su apuesta por el PP deja poco margen a la duda. Pienso que es un craso error de los empresarios parapetarse de esta forma tras las siglas de un partido cuya conducta y actitud en esta legislatura ha generado más crispación e incertidumbre que tranquilidad y sosiego social.
  2. La izquierda sigue instalada en la improvisación. Si intuye que puede gobernar, como parece ser, no se advierten reuniones preparatorias de un posible programa común, de unas líneas estratégicas básicas que sean plausibles con la situación económico-financiera de la comunidad. Estos ejes debieran configurar un tercer Pacto de Progreso. Resultará frustrante que, ante la aritmética posible de un gobierno progresista, las diferentes opciones se encapsulen en sus programas máximos, sin tener en cuenta, de nuevo, la ética de la responsabilidad que, en absoluto, quiere decir que se transgredan o arrinconen los principios. Dos experiencias previas de Pactos de Progresos debieran enseñar algo: cómo hacer las cosas con más sosiego, con más tiempo en la convulsión que nos sacude.
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