La izquierda debe estar a la altura

Vienen tiempos de pactos, de consensos. En una etapa caracterizada por mayorías absolutas intransigentes, se ha levantado una polvareda de nuevos deseos, con el concurso de otros partidos decisivos en el tablero electoral. Éstos se auto-adjudican la capacidad de minar el peso de las denominadas “castas” o “élites extractivas”, en una jerga más económica. Se reniega del monolitismo granítico de una mayoría absoluta, que se considera “estable”, pero que lamina la discusión democrática; pero cuando esa realidad se rompe y puede abrirse paso un estado político de mayor complicidad entre fuerzas afines –al menos, en algunos puntos–, la cerrazón configura la estrategia de los pretendidos salvadores.

La complejidad se entroniza, y eso no debería ser nada peyorativo: casi toda Europa está trabajando con mosaicos políticos diversos. Lo que está pasando en Andalucía es ilustrativo. Y puede repetirse en otras comunidades –también en Baleares– a partir del 25 de mayo. Sin negar los problemas de gestión y las situaciones problemáticas de la Junta de Andalucía –incluido el caso de los ERE–, no es menos cierto que el discurso de la candidata a presidenta (encabezando el único partido que, al parecer, tiene la capacidad de formar gobierno: frente a él, no existe más alternativa que la dispersión) fue claro, con puentes hacia los partidos emergentes, necesarios para avalar la investidura. La respuestas de éstos: que estaban ante sólo palabras, y conminan a hechos. Totalmente de acuerdo. Pero, simplemente: ¡dejen que se gobierne! Sin gobernar, los hechos no son, también, más que palabras. Y si no se cumple con lo acordado, plantéense una moción de censura o la retirada de los apoyos parlamentarios. Esa y no otra es la dialéctica democrática actual. La táctica electoralista y el parapetarse tras los principios, pueden ser argucias que forman parte de una misma moneda: la vieja política, esa que se lamina.

Refugiarse en las esencias puede acabar aturdiendo al personal. Debe tomarse nota de todo esto, porque me temo que se reeditará en otros lares. Los partidos progresistas, que saben que tendrán que acudir a pactos si quieren desbancar a la derecha, deben concretar una hoja de ruta plausible, en función de las disponibilidades y márgenes que deja el presupuesto público. Pensar que la llegada de la izquierda al poder abrirá un camino de rosas presupuestario (es decir, que habrá dinero para todo) es ignorar una realidad tozuda, que nada tiene que ver con dejación de principios ni renuncias a los mismos, y más con bisoñeces en el ejercicio de la gestión pública. Se deberán priorizar acciones. Y, por tanto, descartar y ralentizar otras. Todo no va a ser posible: prometerlo sin matices es tergiversar la realidad. Negociar esto tras el 25 de mayo será todavía mucho más difícil: entonces, las esencias fluirán y la gente se aferra a ese aroma ante lo desconocido. Una huida inútil. Por eso, la izquierda debe controlar y modular ese tarro de las esencias, esos principios inamovibles, para evitar que el cofre de la derecha acabe por engullirlo todo, tarro incluido, sus esencias y, lo que peor, las esperanzas de la gente.

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