Elecciones memorables. Tiempo de espera y, a la vez, de ilusiones e incertidumbres. Nuevo tiempo de pactos, de consensos, de poner en común vías de trabajo conjunto. Algunas reflexiones surgen:
1. Nadie puede capitalizar la izquierda en exclusiva. El voto que han recibido las plataformas ciudadanas tiene, también, un componente socialista. No debe olvidarse esto, que suele relegarse de forma harto frecuente. Patrimonializar los resultados espléndidos obtenidos por estas agrupaciones puede ser oportunista, a la vez que rompe el espíritu de unidad popular que las dio origen.
2. La fragmentación de la izquierda sigue haciendo mucho daño. No se aprende de esto, y ya existen suficientes ejemplos electorales al respecto. Trabajar con una hoja de cálculo de forma fría ayudaría a ver mejor la situación. Por ejemplo, las luchas internas de IU, en Madrid, han impedido, entre otros factores, que esta formación no llegara al 5%. De haberlo hecho, hubiera entrado en la Cámara regional con más de 3 o 4 escaños que, con seguridad, hubieran perdido –pero menos– PSOE y Podemos. Pero entonces los resultados finales, por aplicación estricta de la regla d’Hont, serían harto diferentes: más favorables para la izquierda, que hubiera ganado las elecciones. Demasiados tiros en el propio pie, demasiado egocentrismo, excesivas cerrazón ideológica y personal, han conducido a este escenario que ha imposibilitado completar el desalojo del PP en Madrid.
3. Los votos de la izquierda son eso: de la izquierda. De una variopinta ciudadanía con sensibilidades dispares, pero unívocas en su pretensión de cambio progresista. Nadie puede arrogarse con su estricta pertenencia. Podemos ha mostrado su fortaleza, las plataformas han manifestado el deseo de unidad, otras formaciones han rubricado magníficos resultados. Pero también el PSOE ha salido reforzado de la contienda, tras un complicado proceso que, hace apenas unos meses, algunos auguraban como casi terminal para los socialistas, con un camino que, se decía, ya habían transitado antes el PASOK griego y el PSI italiano. No se olvide que el PSOE tiene el 25%, a escala nacional, de los sufragios; Podemos, entre el 15 y el 20%, sabiendo que, en muchas circunscripciones, se ha presentado sin su marca.
4. La izquierda debe prepararse ante el lanzamiento, previsible, de descalificaciones de todo tipo, que provendrán de las bases ideológicas y mediáticas de la derecha. Y que tratarán de atomizarla para impedir el normal funcionamiento de su acción de gobierno. La anti-austeridad será presentada como algo nocivo y anti-europeo. Ante esto, insisto: nadie debe pensar que la izquierda nace con ellos, sobre una idea «adanista» que arrincona por completo la Historia. Debe recordarse quiénes lideraron los avances sociales desde los años 1980, con apoyos generosos de la población. Renegar de eso no procede. Situar al PSOE en el mismo estado que el PP –como se sigue haciendo– es no sólo injusto, sino también inexacto y tendenciosamente tergiversador.
5. Se abre una Cuarta Vía, una confluencia de pensamientos de izquierda (toda la jerga de Ernesto Laclau, gran inspirador de la tesis de «los de arriba» y «los de abajo», parece perder fuerza, a mi entender), que debe propiciar el cambio allí donde sea posible, sobre la base de huir del narcisismo y actuando con generosidad y responsabilidad. La ciudadanía ha pedido esto; exige esto: aportar, en esa policromía ideológica, un sentido común que abogue por los grandes hitos de la socialdemocracia. En tal punto, urge ser conservador. Sí, conservador. Conservar y preservar la sanidad y la educación públicas y universales, los servicios sociales para la población más vulnerable, haciendo un ejercicio constante de reivindicación del pasado –como nos enseña en su reciente libro Tony Judt– y teniendo bien presente quién protagonizó, quién lideró, quién promovió todas esas conquistas.
Es tiempo de visiones de Estado, de perspectivas de país, de ópticas que escuchen, que disientan. Que acuerden. Esta es la gran lección del 25 de mayo.