Los pactos avanzan, no sin dificultades. Debe decirse que la aparente entropía que se genera en una situación de pactos es, sin embargo, saludable. Esto es lo que la ciudadanía ha dicho. Pero este escenario tiene sus sombras, que debieran esclarecerse con una madurez política elevada. Veamos algunos factores que se hallan en el mismo corazón de las negociaciones:
1. Los vetos. Erradicarlos es fundamental. La práctica de los vetos, propia de la llamada «vieja política», se ha visto y se ve mucho en los procesos de negociación.
2. Los organigramas de gobierno. Aquí, la estrategia se despliega en toda su magnitud: nadie quiere reconocerlo, pero todos se mueven –y maniobran– en función de los cargos posibles. La honestidad política radica en reconocerlo y no hacerse el desganado, cuando se pretende justamente eso que se critica al contrario: el cargo concreto. Se argumentará que esto obedece a motivos nada espúreos (desalojar a la «casta» en todos sus repliegues; alcanzar la presidencia o la alcaldía desde opciones nacionalistas, algo nunca visto en Baleares o en Valencia). Pero la razón de base es la misma.
3. Esto hace pensar que no existe tanta «nueva política» como se divulga. En el fondo, y desde Aristóteles, pasando en un gran salto por Maquiavelo, Fouché, Lenin, Roosevelt, Merkel, Castro, Chávez y Obama, la política acaba articulando los mensajes de siempre (o las actitudes), con ropajes distintos. Desde el momento en que se ambiciona el poder, el horizonte se torna más claro para el político, aunque quiera disfrazar eso con una jerga más o menos solemne. En España, y en Baleares, los equilibrios que tienen que hacer los partidos implicados en los pactos son, en algún momento, grotescos. Se dice que se quiere gobernar, pero no si quien preside es un socialista; se exige gobernar a tres bandas, pero con la condición de que presida quien ha quedado cuarto en las elecciones y sólo se ha presentado a dos de las cuatro islas; se plantean precondiciones draconianas que, a parte de insultar la inteligencia algunas de ellas, denotan que el voluntarismo solamente no sirve para gobernar.
4. Cada cual interpreta lo que ha pedido la ciudadanía en estos comicios. Pero no se olvide un objetivo que, seguro, estaba en la mente de buena parte de los votantes: que se les ayude a resolver sus problemas. Y eso debe hacerlo un buen gobierno. Y éste no necesariamente es el de «los mejores», como la derecha y alguna izquierda suelen propagar cuando alardean. Los integrantes del gobierno deben ser conscientes de los límites, los márgenes y los recursos disponibles. Los grupos políticos, sindicatos y movimientos sociales, también. Esta es una vía para no generar frustración y sensación de derrota y engaño inmediatos, sentimientos en los que la gente de izquierdas se acaba refugiando rápidamente cuando ve que sus dirigentes no hacen lo que dijeron que harían. No por falta de voluntad, sino por imposibilidad.
5. Sería muy positivo que los nuevos partidos empezaran a tener responsabilidades de gobierno compartidas. Esto tal vez les haría ver que las cosas ni son tan sencillas, lineales y mecánicas como se piensa cuando se está –y todos hemos estado– tras una pancarta. En este contexto, es inadmisible que esas formaciones traten a los socialistas como apestados: gentes de quien uno no debe fiarse nunca, como si la Historia no existiera. Como si los socialistas fueran enemigos «de clase». Invocar el artículo 135 de la Constitución o el cambio de Zapatero en mayo de 2010, es lícito y comprensible como crítica acerada. Hacerlo constantemente para invalidar un partido que sigue siendo referencial en la izquierda es olvidar todo lo que, con luces y sombras, ha contribuido a construir desde una fecha tan reciente como 1982 (por no hablar de toda su trayectoria histórica).
La generosidad desde el rigor y no desde el oportunismo debiera ser la brújula en esta fase en la que la izquierda se juega mucho. Pero muchísimo más la ciudadanía.