Las Bolsas europeas se enervaron. El IBEX35 cerró la sesión con números verdes, superando los once mil puntos. Los líderes europeos, tras diecisiete horas de fatigosas reuniones, habían vencido las resistencias de Grecia, abocada a practicar más recortes, más ajustes, privatizaciones. La cara y la cruz del desarrollo económico, tal y como lo entienden algunos: triste es la Economía cuando sus agentes financieros se alegran del mal ajeno. Disfracemos la situación como queramos, tal y como he escuchado a Merkel, De Guindos y Rajoy; incluso a Rodríguez Zapatero. Pero la realidad es más tozuda: los griegos van a verse sacudidos, de nuevo, por correctivos de una severidad extrema.
Desde mi punto de vista, el día ha sido triste para Europa, para su unión. Las condiciones alemanas, que han triunfado sin paliativos, van a hundir la economía griega, a fuerza de pauperizarla. Una parte sustancial del rescate acordado lo compone la privatización de sectores estratégicos helenos: activos nacionales que avalan las ayudas y que cubren unos 50 mil millones de euros. Esto supone que infraestructuras portuarias y empresas eléctricas, entre otros capítulos, podrán ir a parar a capital privado, de forma que Grecia se encamina a una des-patrimonialización de su inventario público. Se exige, además, que estos procesos se pongan en marcha de inmediato. A todo ello deben añadirse recortes que incumben a salarios y pensiones, a parte de subidas relevantes en el IVA (siendo el sector turístico uno de los más damnificados). Con esto, se espera un crecimiento económico que, a mi entender, se traduce una vez más en una cuestión teológica, de fe. Medidas parecidas, aplicadas desde 2008, no han resuelto el problema: de hecho, un crecimiento exiguo del 0,8% en enero y el alcanzar un superávit primario (sendos aspectos que recuerdan los defensores de la austeridad) se explican, más que nada, por la severa actuación de Bruselas y por un ligerísimo efecto rebote, nada sólido. El resultado, tangible, es que ha aumentado la desigualdad en Grecia y se han agravado las diferencias de renta.
Lejos de concretar una solidaridad que se pregona, las medidas aprobadas suponen un plus de exigencias a Atenas, que persiguen la erosión del gobierno de Tsipras y su caída. Cabeceras de corte liberal, con autores de referencia (Martín Wolf, Paul de Grauwe, por citar algunos que han escrito recientemente en el Financial Times y que han hecho declaraciones desde la London School of Economics), han indicado que se está yendo muy lejos con Grecia. Quizás demasiado. Algo parecido explican los profesores norteamericanos Barry Eichengreen, de Berkeley; y Kenneth Rogoff, de Harvard, autores indispensables para estudiar las crisis económicas. El contraste que necesita el país heleno puede especificarse en unos puntos concretos, que distintos grupos de economistas han ido trabajando en los últimos meses, desde palestras alejadas del mainstream. En tal sentido, remito a los trabajos publicados por el colectivo Economistas Frente a la Crisis (economistasfrentealacrisis.com); y el reciente manifiesto firmado por varios economistas europeos tras sendas reuniones en Palma y Pavía (http://www.broadband4europe.com/pavia-declaration-new-deal-social-democratic-europe/), con una diagnosis de la situación europea y una perspectiva de trabajo macroeconómico.
En primer lugar, es necesario un plan de inversiones (se ha hablado incluso de un nuevo New Deal) a partir del Plan Junckers, con asignaciones que se debieran dirigir a sectores clave, como el turismo, la industria, las infraestructuras y la investigación y el desarrollo. Esto está reñido con la agresiva propuesta de privatizaciones que emana del documento aprobado en la mañana de hoy. En segundo término, reformas estructurales que no debieran atacar los componentes esenciales de la demanda, y sí aportar mayor racionalidad al gasto público griego (formación en entidades que, bajo supervisión parlamentaria, sigan la ejecución presupuestaria). En tercer lugar, la reestructuración efectiva de la deuda, que debe comportar un plan adecuado de quita parcial de la misma, para evitar mayores tensiones sociales en el esfuerzo por su devolución.
El ahogo heleno puede abrir una crisis política seria en Europa. Se minimiza esto; pero hace ya varias décadas también se ningunearon las consecuencias del Tratado de Versalles, que humilló a Alemania. No es arriesgado pensar en dimisiones en cadena de los ministros griegos y, quizás, nuevas elecciones. La inestabilidad puede protagonizar, más que nunca, esa parte de Europa. Pero fíjense en un aspecto que me parece, tal vez, más trascendental: por boca del halcón Schaüble, ministro de Finanzas germánico, se ha abierto la posibilidad de abandonar el euro. Grecia cinco años fuera, sentenció el duro mandatario. Ello quiere decir que el euro es reversible: que se puede salir. Lo peor que le puede pasar a la solidez de una moneda es que los mercados, esos que tanto se escuchan en las cancillerías europeas, piensen que el euro puede ser debilitado. No habrá sido, entonces, Tsipras el hacedor de ese despropósito. De nuevo, la regla alemana domina.