Una economía industrial altamente tecnificada y avanzada, junto a la proliferación de actividades de servicios muy intensivas en fuerza de trabajo: he aquí Japón, en una simple lectura epidérmica, que estamos compartiendo, en largas horas de conversación, con el profesor Jordi Catalan. Desde mujeres que limpian, literalmente, los musgos de los jardines de los complejos de templos budistas, con una cuidada dedicación manual que hace que uno las compare más a arqueólogas que a micro-jardineras, hasta la abundancia de personal que vigila, orienta, asesora, todo con una amabilidad profesional nada «servicial», en el sentido peyorativo de la acepción; junto a gigantes de la automación y de la electrónica, todo bajo nuevas organizaciones empresariales flexibles.
La redistribución de la renta se hace más efectiva así: la automatización industrial ha imbuido la posibilidad de intensificar laboralmente determinados servicios, muy visibles para la ciudadanía, que los siente próximos. Hace falta saber si existen mercados duales de trabajo, y si las diferencias salariales son muy elevadas. Pero esto, en apariencia, no parece tener nada que ver con España: aquí, la tesis triunfante es el recorte salarial y seccionar la economía pública tanto como sea posible, entendida además como una rémora.
La Historia Económica enseña que las economías con escasa fuerza laboral acabaron por mecanizar los procesos productivos con el objetivo de limitar los costes salariales; tal mecanización elevó, sin embargo, los salarios del personal más especializado. La abundancia de mano de obra lo que genera es, sobre todo, la contracción salarial: mucha gente pugnando por un puesto de trabajo, con la ventaja para los contratistas en ofrecer sueldos más constreñidos. Aquí, la mano de obra puede ser de peor calidad, menos formada, poco capacitada. Las caídas previsibles de la productividad se van a compensar con la extensión de la explotación laboral: esa es la clave de bóveda del proceso capitalista actual en la Europa del Sur. El capital es menos productivo en la economía real, sus nichos inversores son poco explorados o desconocidos, y la economía especulativa dirige buena parte de los intereses de la inversión. Distinguir entre estos dos capitales, el real y productivo, y el más abstracto y especulativo o financiero, constituye un reto importante para la investigación.
Con bajos salarios no se gana en productividad: lo repito. Economías modernas como la nipona, que ha transitado por dos décadas de crecimiento anémico, han seguido manteniendo pulsación social y económica gracias a disponer de una industria competitiva y no descuidar la economía de servicios, con retos nada desdeñables que deberán ser afrontados. Esto debería verse en otros países, en los que las soluciones mágicas pasan siempre, de manera invariable, por el mismo mantra: recortar salarios, despedir gente y vampirizar la economía pública. Vamos: el camino al Manchester de Engels.