La explotación laboral crece en el mundo, en un contexto en el que la tasa de beneficio se ha estancado. La estrategia se ha sustentado en dos pilares básicos:
- La ideología: desde el momento que resulta difícil justificar el recorte del sector público en las economías de la periferia europea, en las que el peso del gasto público sobre el PIB sigue estando por debajo de la media comunitaria. Esto mueve a pensar que existen preceptos ideológicos que amparan las medidas drásticas de austeridad, esa persecución en cuadrar las cuentas públicas aunque ello comporte pauperizar servicios básicos como la sanidad, la educación y las prestaciones sociales. La batería de actuaciones, tintadas de una ideología economicista –en el peor sentido de la acepción–, ha supuesto precarizar el mercado de trabajo, aumentar la desocupación entre la población joven e incrementar la desigualdad social. Sin embargo, la ideología sigue su cruzada: se dice que esas medidas son las únicas factibles y que no hay margen para otras posibilidades. Todo sin tener en consideración el ciclo económico. El pensamiento único se instala, con más intensidad, en el campo de la economía, e instituciones académicas contribuyen a su apuntalamiento y divulgación. Se nos remite a un futuro incierto de dudoso bienestar desde un presente cierto de malestar constante, sin acciones para encararlo.
- Una política económica regresiva: centrada en exclusiva en “sanear” las cuentas públicas, con tijeretazos gruesos en partidas sensibles, ya enunciadas. Al mismo tiempo, esta pretensión se complementa con anunciadas rebajas de impuestos que se sustituyen por un incremento tangible de la presión fiscal: en esencia, la tributación indirecta. En los casos europeos, los requerimientos de las autoridades comunitarias infieren menores inversiones públicas, en aras de equilibrar los presupuestos y no activar más los déficits, de forma que el escenario económico es evidente: a la parquedad inversora privada se añade, en paralelo, la raquítica inversión pública.
Con estas premisas, una vez más el sentido común nos hace entender que va a ser muy difícil recuperar la economía: lo que se defiende en la Unión Europea está ralentizando la actividad, y penaliza la recuperación de la demanda. Además, se agudizan los desequilibrios sociales.