La economía mundial no se recupera. Esta afirmación se ha recogido, en diferentes entradas, en esta columna. Ante quienes veían ya visos claros de retorno a una cierta «normalidad», otros economistas hemos ido advirtiendo, con argumentos distintos pero coincidentes –y siempre con datos en la mano–, que la economía se encuentra, todavía, demasiado cercana a zonas de peligro e inestabilidad. La Gran Recesión, de consecuencias letales, no ha imprimido nuevos giros a los controles sobre los movimientos de capital: éstos siguen con escasas cortapisas, y las lecciones de la Gran Depresión de 1929 han servido, esencialmente, para aprender que no se deben cerrar los grifos de la liquidez, cuando lo que se necesita es, justamente, eso: dinero fluido en los mercados que contribuya a levantar los precios; e inversiones que actúen como palancas solventes de la demanda agregada. Ésta se encuentra varada en Europa y, ahora, empieza a ser un grave problema para la economía que se consideraba como locomotora del mercado mundial, China.
El gigante asiático se halla atrapado en su modelo de crecimiento, que descansa sobre el avance imparable de sus exportaciones. Cuando éstas se resienten, la tasa de crecimiento se contrae de manera notable. Ahora mismo, China ha pasado de crecer casi un 10% a poco más del 4-5%, según estimaciones occidentales, que sitúan ese guarismo uno o dos puntos por debajo de las previsiones de las autoridades chinas. La contracción productiva china, trasladada a sus exportaciones, está generando una caída importante en la demanda de materias primas a otros países emergentes. Y a la depreciación de sus mercancías. Así, productos como el hierro han caído casi un 50%, según cálculos de Michael Pettis, catedrático de la Peking University. Este desplome afecta a naciones como Brasil. Y esta muestra sitúa la economía financiera en un escenario problemático: con menos ingresos por parte de los emergentes, va a resultar más difícil que puedan cumplir con sus compromisos en sus deudas soberanas. Añádanle a esto las subidas de tipos de interés de la Reserva Federal –que continuarán, ya lo verán–, reclamo potente para la salida de capitales de las naciones emergentes y la búsqueda de su refugio en Estados Unidos.
Los chinos se han aprestado entonces a devaluar su moneda para lograr mayor competitividad. Y esto, junto a la caída de su demanda externa, la pérdida de fortaleza de sus exportaciones y el hundimiento en los precios del petróleo (que afecta, igualmente, a otros emergentes como Venezuela), se traslada a los movimientos bursátiles. Los índices en los parqués se desmoronan, hasta el punto que el millonario Georges Soros ha advertido que nos hallamos a las puertas de una crisis como la de 2008. Un augurio que procede de un tipo muy pegado al terreno.
Una conclusión se dibuja entonces: los recetarios aplicados para atajar la Gran Recesión han servido de poco y han infringido muchísimo sufrimiento social. Se atendieron a algunas de las lecciones emanadas del crack de 1929; pero no se ha tomado nota de todo lo que pudiera aplicarse, a raíz de esa crisis demoledora. Al problema de la demanda escasa debemos añadir, además, las consecuencias negativas del incremento de las deudas, que avanzan incontenibles. De Guindos ha señalado que la española retrocederá en el futuro inmediato. Me parece difícil creer eso, máxime cuando se sabe que el déficit esperado para 2015 no se ha cumplido, y va a ser igualmente superado en 2016. Financiarlo requerirá de nuevos procesos de endeudamiento. Y este es sólo el caso de España. Súmenle ustedes el problema de la deuda china –sin considerar otras más–, que afecta ya cerca del 200% sobre PIB –contando deuda pública y privada– y tendrán un aparatoso mosaico en el que resultan enternecedoras las soflamas de gran recuperación que algunos, como el gobierno español, van vendiendo por ahí.
Seguimos en crisis, porque lo que está mal es, esencialmente, la estructura productiva, el modelo de crecimiento y la escasez inversora en nuevos nichos de producción y, por tanto, de trabajo. Esta es la clave que no se acaba de entender.