La economía mundial se ha «financiarizado». Ello quiere decir que las conexiones entre la economía real y el capital financiero parecen cada vez más nebulosas e inexistentes. El fenómeno no es nuevo en la Historia Económica: a raíz de los felices años veinte se propulsaron resortes especulativos en el mundo bursátil, movimientos alejados de las estructuras económicas reales. Se observó en Alemania en 1928 y en Estados Unidos desde 1927, cuando grandes empresas industriales seguían reclamando financiación en el parqué, a pesar de la acumulación de stocks productivos. La productividad estaba creciendo, mientras la evolución de los salarios no iba pareja a tal trayectoria. Las finanzas eran una salida plausible para el capital, que iba enriqueciendo sus activos y alimentando una sobreacumulación sin salida plausible en el ámbito de una producción solvente, es decir, tendente a ser canalizada hacia los mercados.
El grado de financiarización actual se asemeja al acontecido en la Gran Depresión. En tal contexto, en el que la productividad del capital decae y lo mismo se observa en la evolución de la tasa de beneficio, la válvula de escape del capital radica en las finanzas y, de forma igualmente decisiva, en la presión sobre los salarios. Ésta es una actitud que se repite en las grandes crisis: la reducción salarial, ante la ausencia de inversión productiva, con el objetivo de mantener beneficios. Este proceso, que los economistas no están abordando con la celeridad que merece, constituye una de las líneas de investigación que debiera ser estimulada. La crisis de producción conduce a salidas que persiguen reactivar los beneficios en declive en el campo de la economía productiva, de forma que las estrategias empresariales se centran en la esfera financiera y especulativa. Los controles sobre los movimientos de capital siguen siendo insuficientes. Esta es una clave determinante para encarar los retos de la economía mundial en esta coyuntura de profunda incertidumbre.