El botín de la ecotasa balear

La mal llamada ecotasa balear va a cabalgar de nuevo. Tengo la impresión, sin embargo, que su galope no será tan rápido como se pensaba. Vaya por delante que aplaudo la iniciativa. Creo que el Govern actúa correctamente con la implantación del impuesto. El Ejecutivo autonómico entra en líneas estratégicas fiscales parecidas a las de otros territorios europeos, con gravámenes específicos sobre las economías de servicios. La ecotasa o el impuesto sobre pernoctaciones, va en esa dirección. Fíjense: estamos ante una figura tributaria que supone una media de un euro por persona y día, una cifra que, en absoluto, puede ser disuasoria para el turista, ni significar hecatombe alguna para la llegada de visitantes. Estamos, pues, ante un nuevo ataque ideológico de los detractores del impuesto, mezclando una versión canónica y superficial de la curva de Laffer –en síntesis: señor gobierno, si usted baja impuestos, recaudará más; si los sube, menos–, junto a otro tema, de mayor enjundia: la hegemonía del poder económico.

Es el temor a esa hegemonía la que mueve a los políticos a posiciones timoratas. Los gobernantes deben estar, sin lugar a dudas, atentos a sus entornos, con elevada capacidad para auscultar lo que se les dice. Pero los gobernantes deben hacer algo para lo que fueron elegidos: gobernar. Y hacerlo en función de un programa político presentado y de unas acciones concretas propuestas. El impuesto turístico formaba parte de esa agenda, tomando como base de referencia la ecotasa del primer Pacto de Progreso y el ejemplo, más reciente, de la figura tributaria aplicada en la hotelería catalana, con Artur Mas en 2012. En Catalunya, apenas se sintieron los crujidos de dientes: se acabó aceptando el tributo como una figura más, homologable a lo que acontecía en Europa, con suave contestación empresarial en contraste con la que estamos viendo en Balears. Aquí, patronales, entornos mediáticos y PP se han posicionado al unísono: la nueva ecotasa –dicen– va a significar el mayor de los males para la economía balear, en un contexto que se proclama como altamente satisfactorio para los negocios hoteleros.

La ecotasa se ha convertido en un botín: todos quieren tomar parte de él, cuando las previsiones de recaudación van a llegar a unos 50 millones de euros sobre 4.000 millones, que es el conjunto del presupuesto autonómico. Observen: se pide a los gobernantes que haga con la ecotasa lo que no se les ocurriría pedir con la recaudación por IRPF o IVA. Es decir, en la destinación de los fondos van a participar tutti quanti, de manera que va a resultar difícil determinar qué va a decidir quien ha puesto el tributo, que no es otro que el propio Govern. Me temo, además, que este procedimiento puede acarrear nuevos agujeros financieros a las cuentas públicas: los que se abrirán si, desde Hacienda, no se controlan los proyectos propuestos con los recursos recaudados. Y si éstos se reducen en función de atenuantes diversos (temporadas, cruceros, franjas de edad, etc.) y de grotescas divisiones territoriales, el resultado va a ser pírrico. Ecotasa sí. Pero que el Govern sea quien lidere también la disponibilidad del gasto.

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