Volatilidad en la economía mundial

El crecimiento económico en 2016 se ralentiza. Lo dijimos en enero de 2016, tras una lectura rápida de los indicadores de previsión. Las Bolsas mundiales están instaladas en un vaivén constante, con particular estrépito en los indicadores económicos en China: las caídas han sido aquí muy relevantes, entre el 10% y el 14% (Shangai y Shenzen, respectivamente), lo cual ha impactado al conjunto de los parqués. China patentiza un grave problema en su encaje económico, que siempre se había considerado robusto y sostenido. El control del gigante asiático en los mercados exteriores y en parcelas significativas de la deuda pública de países ricos –como Estados Unidos, por ejemplo– hacían presagiar un camino imparable hacia un liderazgo casi incuestionado. Pero los movimientos sísmicos que se están produciendo en la economía china sitúan el problema en un ámbito más certero del análisis económico: las contradicciones de un crecimiento sustentado, de manera esencial, en las exportaciones, con peso muy limitado del propio y amplio mercado para el desarrollo. Crecer a partir de la divisa exportadora es positivo… siempre que no se descuide la demanda nacional, el mercado propio. Es aquí donde China va a tener –lo recuerdo una vez más– los retos más determinantes, no exentos de otras contradicciones.

Por otra parte, los mercados financieros siguen espasmódicos. La volatilidad es acuciante, de forma que se sigue con la tendencia conocida desde la segunda mitad de 2015. Al problema de la economía china, ya enunciado, cabe señalar, esencialmente, las dificultades para arrancar en positivo la demanda agregada en los principales países desarrollados. La anemia es importante, y se refleja en el movimiento de los precios: de poco más del 2% en 2010 a un dato cercano al 0%, en la Eurozona, según cifras de Bloomberg. La antesala de la deflación, a la que se ha aludido también desde este mismo blog en diferentes ocasiones. Sin menospreciar el gran impacto de la caída de los precios del petróleo –27 dólares el barril Brent el pasado enero, la cifra más baja en los últimos diez años–, sigo creyendo que los problemas de demanda, la falta de pulsión de la economía productiva, es lo que está generando mayores rémoras a una efectiva recuperación económica.

Una de las reformas cruciales –me atrevo a decir que extensible a otras economías– es la subida salarial. Sin ésta, va a resultar difícil activar el consumo y la capacidad de gasto en amplios segmentos de población. Algunos gobiernos –como el conservador de Cameron, en Reino Unido– lo están empezando a entender. En países emergentes, tocar esa evolución salarial baja, con costes laborales unitarios ínfimos, puede suponer respuestas contundentes por parte de empresas occidentales que han deslocalizado su producción buscando, precisamente, ese escaso precio del factor trabajo. ¿Permanecerían en China o buscarían nuevos “refugios” productivos? Pero otras reformas deberán dirigirse a reorientar la pauta de crecimiento, de manera que el sector industrial, potentísimo, sea coincidente con el incremento del consumo urbano y el despliegue de los servicios. Aquí nos hallamos ante un edición de la cuadratura del círculo.

En efecto, resulta curiosa la dicotomía que se refleja en las economías actuales: las que antaño eran industriales y ahora más terciarias, quieren recuperar la ya transitada senda industrial para generar ocupación estable y moldear un mercado de trabajo más sólido. De alguna forma, se habla en Europa y Estados Unidos de posibilidades de reindustrialización como fórmula para acceder a un nuevo crecimiento más robusto. La industria es observada, entonces, como solución. Pero en el caso de aquellos nuevos países industriales, con liderazgos emergentes asumidos a partir de intensos procesos industriales relacionados con demandas externas, como es el caso de China, las salidas que se dibujan se centran en la importancia del sector servicios: aquél que, en las sociedades más desarrolladas, se pretende relevar por actividades de carácter industrial. Una de las causas que puede explicar esto es el déficit en muchas de las empresas industriales chinas; a ello debe añadirse otra dificultad nada despreciable: el proceso de endeudamiento de dichas empresas –una petición constante de financiación– en el marco de algunas actividades productivas –como el carbón y el acero– con serios problemas de mantenimiento. Esos consorcios siguen funcionando para evitar dramas sociales; pero la rentabilidad no parece ser aceptable. La sobreproducción puede aparecer en la economía china tras esas situaciones, a la par que firmas de escasa eficiencia siguen devorando créditos y capitales cuya utilidad sería mucho más razonable en otros campos.

Estos factores que condicionan el crecimiento de China van a afectar el resto de la economía mundial, a pesar de que Paul Krugman ha matizado esta idea en un artículo reciente (“Cuando China tropieza”, El País Negocios del 10 de enero de 2016), hasta el punto de que aventura tan sólo “pequeñas turbulencias” en el conjunto de la economía planetaria. Pero hay datos que, sin pretender catastrofismos gratuitos, invitan a la preocupación: caída de las materias primas, falta de inversiones productivas, previsible pérdida de beneficios empresariales –sobre todo en las empresas no financieras–, bajas productividades en las economías más desarrolladas y, no se olvide tampoco, la reedición de ciclos económicos (un aspecto que parecía olvidado por los economistas). Japón, Canadá, Suiza, Finlandia, Rusia, Brasil, naciones que nadie puede negar su potencia y capacidad, se encuentran, en este momento, en fases más o menos acentuadas de crisis. El contexto, por tanto, no ayuda: llueve sobre mojado cuando se advierten los resultados de la economía china, y se colocan al lado de otros datos igualmente conocidos para otras economías. El año empieza, pues, con grandes incertidumbres.

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