Sostenibilidad económica en Baleares

 

La economía balear va como un tiro. Crece a una tasa del 4%, con una respuesta en el mercado de trabajo que supone más contrataciones indefinidas, con un corolario importante: la tasa de paro se sitúa en el 13% frente al 20% de la media nacional (fuente: Govern, Ministerio de Trabajo). Si esto es así, ¿para qué cambiar de modelo de crecimiento? ¿Por qué obstinarse en repensar otra pauta si la existente nos coloca en la cabecera del crecimiento económico regional? Porque morir de éxito es nuestro riesgo, no las causas que suelen invocarse.

Los problemas del crecimiento económico balear no son nuevos. Existen constantes que se repiten en etapas de máximo empuje económico: congestión demográfica, externalidades ambientales negativas, límites físicos a la expansión. La Historia Económica enseña mucho. La presente fase recuerda la vivida a fines de los 1990: la economía balear crecía a ritmos asiáticos –más del 5%–, al abrigo del despegue de la construcción, avance de la oferta turística no reglada e incremento del número de turistas. Las cifras entonces eran de impresión. En aquellos años, se activaron voces de alarma –como ahora mismo– que alertaban ante la sobre-explotación de recursos como la tierra y el agua, de manera que se hablaba de agobio espacial. El crecimiento avanzaba reclamando mano de obra exterior, ocupaba más territorio y crecían los consumos de energía y recursos hídricos. También se habló de “corregir” el modelo, de contener la llegada de visitantes e incluso la tasa del PIB (véanse las hemerotecas).

Ahora, el escenario es parecido: aumento de turistas, expansión hacia mercados “cautivos” (por la inestabilidad de los competidores), pero con una diferencia: el subsector de la construcción no es tan relevante como lo fue en el intenso desarrollo de los primeros años de los 2000. La economía netamente turística y de servicios es la que protagoniza esta nueva fase de crecimiento, con mayores consumos energéticos e hídricos. Estos son indicadores ineludibles que remiten a la sostenibilidad de nuestro sistema económico. Es decir, si nuestra capacidad para captar demandas “nuevas” es evidente –como muestran los datos disponibles–, debemos concluir que somos competitivos. Y lo somos por un valor que puede parecer intangible –porque no se refleja directamente ni en costes ni en precios–, pero que es concreto: la tranquilidad institucional. Por otro lado, la productividad en el sector servicios no es tan baja en Balears, en contraste con la media nacional (fuente: INE). Igualmente, tenemos aquí variables más positivas de lo que parece, de forma que no aprecio un diagnóstico excesivamente catastrofista.

La solución puede pasar por medidas conducentes a la sostenibilidad, más que centrarse exclusivamente en conceptos como competitividad y productividad, que pueden comportar recortes salariales. Esto es lo que diferencia un destino de otro en economías maduras de servicios: para ser competitivos, hay que ser más sostenibles, de manera que ambos conceptos no deben desligarse. En conclusión, los factores de sostenibilidad deben apuntalar la competitividad de nuestro modelo de crecimiento.

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