De nuevo, aparece Grecia en el próximo horizonte europeo. El tema, recurrente: los problemas de su deuda pública, las dificultades para encarar una política presupuestaria plausible. La cuestión remite a otras situaciones parecidas, para ver cómo se resolvieron. En tal sentido, se ha argumentado el caso de Alemania y sus deudas durante la postguerra. El hecho ha sido recordado por el renombrado historiador económico Thomas Piketty hace pocas semanas, con una crítica severa a la actitud germánica hacia el problema de la deuda helena. La intransigencia de Berlín es vista aquí como una rémora para la recuperación griega; y, además –dice Piketty–, constituye un olvido sorprendente de la más reciente historia económica alemana.
En esa línea, Albrecht Ritschl, de la London School of Economics, ha demostrado que la cancelación de deudas alemanas acumuladas desde 1919, fue similar a cuatro veces el PIB en 1950, de manera que lanzar ese lastre facilitó de forma rotunda la recuperación del país (ver www.theeconomyjournal.com/texto-diario/mostrar, www.bbc.com/mundo/…/07/150706_economia_default_grecia_deudas_alemania_lf). A pesar de algunas voces críticas sobre este asunto –como las que emanan del instituto alemán Ifo–, que aseveran lo inapropiado que resulta comparar la Grecia actual con la Alemania de 1950, existe consenso general en la tesis de que a Alemania le benefició la condonación de la deuda. Ésta se fraguó en la conferencia de Londres de 1953, en plena guerra fría y ante el temor de los países occidentales por la estrategia ideológica del Kremlin, tendente a una expansión de su acción política en Europa por medio de los partidos comunistas. A este aspecto, determinante, debe añadirse el aprendizaje de las consecuencias del Tratado de Versalles de 1919: el que John Maynard Keynes denunció avanzando, proféticamente, algunos de los factores desencadenantes del estallido de la Segunda Guerra Mundial.
El perdón por parte de los aliados del grueso de la deuda germánica contraída a raíz de la Primera Guerra Mundial y de la época nazi, puso los cimientos de lo que se ha denominado con reiteración el “milagro alemán”, es decir, la capacidad de recuperar la pulsión del crecimiento económico a partir de fuertes inyecciones de capital exterior, inversión pública y ayudas internacionales, sin el anclaje de una deuda precedente que representaba un gran dique de contención del crecimiento económico. Estados Unidos convenció a veinte países europeos (incluyendo a Grecia) para que se condonara la deuda germánica: esta era una de las estrategias norteamericanas para recuperar la economía europea y afianzar un desarrollo económico que debía sustentarse sobre el avance industrial. Partir desde cero contribuyó a ese empuje: el impago de las deudas fue crucial para que la economía de Alemania alcanzara en relativamente poco tiempo un superávit comercial que, en general, ha mantenido hasta la actualidad.
En paralelo, debe recordarse que Alemania estuvo muy beneficiada por el Plan Marshall, una iniciativa que se enfrentó a otro proyecto económico diseñado para doblegar a los alemanes, tal y como ha subrayado el economista Erik Reinert: el Plan Morgenthau. Éste, diseñado por Henry Morgenthau, a la sazón secretario del Tesoro de Estados Unidos al finalizar la Segunda Guerra Mundial, pretendía desindustrializar definitivamente Alemania y convertirla en una nación estrictamente agrícola. Todo ello con el objetivo de impedir un nuevo desarrollo germánico que condujera a otro conflicto bélico. Washington se acabó decantando por el Plan Marshall porque el de Morgenthau hubiera significado le relocalización de más de veinte millones de personas: una nueva sangría humana. Esta decisión se fraguó en 1947: no hace tanto de ello, y representa una muestra de comprensión y confianza hacia el pueblo alemán, que ahora se niega al heleno.