Cierto alivio con los resultados franceses. Pero no hay que engañarse: esto no termina aquí. Que la extrema derecha francesa, neofascista –por mucho que diga lo contrario Jorge Vestrynge y la cúpula de Podemos, más imbuida por los preceptos teóricos de Ernesto Laclau que por la realidad política europea–, esté en un 35% de los sufragios, es un dato inquietante. ¿Qué escollos se han podido superar? No es sencillo augurar cuál va a ser la hoja de ruta de Macron –un outsider, como lo califica hoy mismo la edición de The New York Times: en Estados Unidos se han seguido con preocupación los comicios galos–, pero podemos intuir la que hubiera querido desplegar Le Pen. Proteccionismo económico –emulando así a Trump–, dificultades para el movimiento de personas –con énfasis en la población inmigrante–, exploración clara para salir de la Unión Europea –volver al franco y a la capacidad para emitir moneda y utilizar la política monetaria como instrumento central, nacional– y establecimiento de nuevas alianzas con tales premisas: Gran Bretaña y, por supuesto, Estados Unidos. Una fractura en toda regla en Europa.
Macron no puede ni debe tener ningún cheque en blanco. Ha salido como mal menor. Pero tanto los dirigentes europeístas franceses como los del resto del continente deben pensar en que la política económica y social europea debe cambiar, ante los resultados electorales de Francia. Atención a las próximas citas europeas, y la evolución del voto neofascista. Berlín y Bruselas, con las instituciones que comportan, no pueden mirar hacia otro lado. Se ha superado una batalla. Pero esto no ha concluido con la llegada al Elíseo de Macron.