Una nueva industrialización

La manufactura industrial se encuentra inmersa en unos contextos en los cuales otras ocupaciones, otras actividades que pertenecen a los servicios, son claves. Ello implica estructuras organizativas más flexibles y más intensivas en capital. Todo ello explicaría el progreso del sector terciario en las economías más avanzadas, juntamente a otras causas directas: el aumento del gasto privado, que a la vez se explica por la expansión de los mercados de trabajo (feminización, horarios extensos en toda la producción) y la importancia de consumidores jóvenes; los servicios entendidos como inputs para la industria y para otros servicios; la comercialización de éstos últimos; y, finalmente, la demanda del sector público.

Estas fuertes imbricaciones no eran tan constatables en las economías industriales más directas, lo cual obliga a economistas y políticos a revisar las concepciones convencionales que se tenían hasta ahora y, entonces, a ensanchar la noción de lo que entendemos por “industria”. En efecto, dentro de esta caja conceptual se tendrían que introducir aquellos servicios destinados a la producción, de tal manera que, junto con la producción física, integrarían un sector más extenso y más ajustado a la realidad de la economía. La visión más integradora del desarrollo es la que interesa: las interrelaciones existentes entre sectores con rendimientos crecientes y otros decrecientes; en definitiva, la capacidad de los efectos de arrastre de determinadas actividades económicas.

Estaríamos ante círculos virtuosos en la economía regional, con transformaciones relevantes como es la irrupción de una nueva actividad económica que no es coyuntural ni episódica –el turismo de masas–, que revuelve por completo la estructura económica e infiere sendos fenómenos: la desindustrialización y la externalización de servicios. En ambos casos la relación entre salarios y productividad es importante, en dos frentes. Primero: por la competencia de los países más desarrollados, con rendimientos crecientes y economías muy dinámicas que aumentan la productividad y facilitan la reducción de sus salarios de eficiencia. Esto penaliza otras economías que tienen sectores productivos con rendimientos decrecientes. El corolario es que los primeros exportan, mientras los segundos sucumben, de manera que conocen el desempleo y la caída de los salarios. La industria balear en los primeros años 1960 se encontraba en este escenario, ante serios competidores con producciones más amplias, productividades más elevadas y costes más ajustados. Segundo: la industria resistente, que no ha sucumbido en la fase anterior, se encuentra en una nueva encrucijada: la competencia de países emergentes, con rendimientos crecientes, salarios muy bajos y normativas laborales y ambientales muy permisivas, lo que estimula procesos de deslocalización productiva que buscan más des-regulaciones y menos control. Estamos ante un nuevo golpe a la industria de los países más desarrollados. Esto incide en mayores desequilibrios regionales y plantea la identificación de efectos de estancamiento y de impulso de la economía, siempre en un marco de desequilibrio.

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