Sostenibilidad: más valor añadido al turismo

La adopción de más valores añadidos al producto turístico balear se tiene que manifestar en otros instrumentos que no tienen que ver con una competitividad vía costes –que remite de forma casi directa a una reducción de los costes laborales unitarios–. La afirmación no es nueva, pero demasiado a menudo se olvida. La competitividad tiene que ir emparejada a medidas de sostenibilidad, un concepto que hay que rellenar de contenido. En este aspecto, hay que ser consciente que el problema de la congestión poblacional en época estival en Baleares no se puede resolver con medidas coyunturales, la efectividad de las cuales es difícil calibrar.

El tema se relaciona de forma intrínseca con el modelo de crecimiento económico balear, con una clara diferenciación inter-insular. Aunque exista una confluencia cada vez mayor en el turismo de masas entre las islas del archipiélago balear, también se pueden observar diferencias entre ellas. Y éstas se vinculan a sus procesos históricos de crecimiento y a los desenlaces que han traído en el presente. No se pueden abordar los retos económicos de Baleares sin considerar el conjunto de las estructuras económicas isleñas, puesto que la actuación sobre un único factor se tiene que explicar, de forma convincente, con datos robustos, para evitar que las iniciativas sean simplemente cosméticas o de cara a la galería mediática y social. Se tienen que subrayar que no se pueden analizar las medidas de sostenibilidad turística sin tener en cuenta los modelos de crecimiento de cada una de las islas de Baleares. En tal sentido, hay que distinguir:

  • Mallorca: una economía de perfil turístico desde comienzos de los años 1960, aunque con constancias tangibles de un sector industrial en retroceso –pero con claras pulsaciones de mercado, como es el caso del calzado–, la pérdida relevante de activos agrarios y una economía de servicios bastante diversificada.
  • Menorca: una economía que llega mucho más tarde al turismo de masas, en torno a los años 1980, después de transitar por una llamada “vía menorquina” de equilibrio inter-sectorial que se rompe a raíz de la mayor orientación terciaria de las actividades productivas relacionadas con el turismo, a pesar de las evidentes resistencias del sector industrial (en particular, el calzado y la bisutería) y del agrario (con actividades agroalimentarias).
  • Eivissa y Formentera: economías con notoria vocación turística, muy precoz en el caso ibicenco –al igual que en Mallorca, desde principios de la década de 1960– y más apaciguada pero intensa en el ejemplo de la pitïusa menor –con fuerte impulso desde los años 1990–.

Estos tres modelos, analizados por economistas e historiadores económicos, enmarcan las capacidades de las respectivas administraciones y del Govern para impulsar medidas específicas que corrijan las externalidades que provoca una trayectoria común: Baleares, como comunidad, patentiza una problemática –congestión, estacionalidad, desindustrialización, empuje demográfico– que debe abordarse en su conjunto, independientemente de que las acciones que se puedan desplegar afecten de manera desigual a las islas consideradas.

 

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