Lo que ha acontecido en 2017 –denuncias constantes de saturación turística– no es un fenómeno nuevo, no es diferente a situaciones similares que se vivieron en pasados no tan lejanos. Cómo suele suceder en las crisis económicas o en estados de desequilibrios económicos, se explica que lo que acontece en el presente es algo desconocido, no vivido, de forma que nos encontramos huérfanos de experiencias de contraste.
Pero los procesos económicos y sociales de un presente determinado tienen referencias cercanas o distantes en otros que se produjeron en el pasado. Por ejemplo, la tesis de la saturación espacial que se comunica en 2017, que parece nueva, rememora la vivida en las postrimerías de la década de 1990, cuando la economía balear crecía a tasas casi asiáticas –del orden del 5-6 por ciento, y en algún año del 8 por ciento–, la congestión era intensa y entonces muchas voces indicaron la necesidad de contener el crecimiento y poner medidas drásticas que, en sus manifestaciones más radicales, abogaban por la contención en la venida de turistas. La realidad fue que esta fase de fuerte impulso cedió a una nueva etapa de contención económica, que encendió todas las alarmas en la dirección contraria, de forma que del éxtasis económico se pasó, sin soluciones intermedias, a un estado de preocupación e incluso de pánico, cuando el número de visitantes retrocedía por causas concretas (miedo a volar a raíz de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos, retroceso económico en Alemania).
La economía turística mantiene una fortaleza innegable. Su capacidad para rehacerse de sacudidas es evidente, a pesar de que es muy probable que las bajas temporadas generen alarmismos. Por el contrario, éstos sí han estado muy presentes en otras regiones con sectores económicos más afectados, como es el caso del industrial. También en Baleares los problemas del sector secundario han supuesto ajustes a veces drásticos en el mismo sector, en forma de desindustrialización. Esto no parece suceder al sector turístico, cuando menos en las formas reconocidas para otras actividades, si atendemos a los grandes agregados estadísticos.
La consecución de buenos resultados turísticos, en forma de llegada de más visitantes e, incluso, de incremento de los ingresos turísticos –factores que caracterizan la situación actual de la economía turística de las Islas–, no puede ocultar las disfunciones de los mercados, particularmente las saturaciones inmobiliarias en las zonas costeras. Esto infiere la posible adopción de barreras de entrada para la generación de nuevas plazas turísticas, a partir de un hecho contrastable: el total de éstas ha aumentado desde 1997, motivado sobre todo por el incremento de las plazas residenciales, mientras las hoteleras han patentizado un movimiento más estable. El logro de medidas se tendrá que liderar desde las administraciones públicas, en conjunción con el ámbito privado y bajo el prisma de la gobernanza: una colaboración deseable, pero que no puede comportar el bloqueo en la toma de decisiones estratégicas, si se consideran ineludibles. Pero, por extensión, el tema afecta de manera directa a la naturaleza del modelo de crecimiento.