La economía no quiere ruidos. Y hay demasiados. Desde esta columna, se ha comentado en muchas ocasiones la fragilidad de la recuperación económica, como contraste con las visiones más optimistas en cuanto a la salida de la crisis. Hemos anotado, en otros artículos, factores que condicionan ese repunte económico: precios de la energía al alza (que no parecen atenuarse); condicionantes político-financieros (como por ejemplo el cambio en la dirección del BCE); subidas de tipos de interés; o la evolución de la tasa de beneficio empresarial. No se trata de ser agorero, ni de rubricar lo que el poeta inglés Carlyle dijo en referencia a la economía: que se trata de una “ciencia lúgubre”. Pero sí que conviene no dejarse llevar por la auto-complacencia, por una óptica demasiado epidérmica sobre la realidad económica. Los hechos en el panorama internacional señalan que estamos instalados en una coyuntura de fuertes turbulencias, mayores de las supuestas, con factores concretos: la crisis italiana –que afecta la estabilidad del euro–; las declaraciones intempestivas e imprevisibles de Donald Trump –que fisuran el sosiego de los mercados y aportan altas dosis de entropía de todo tipo–; el precio del petróleo –que, como decía, persiste en su tendencia alcista–; el crecimiento de los populismos de extrema derecha –que pueden condicionar la evolución de las economías avanzadas–; las condiciones sociales negativas, provenientes de la Gran Recesión y en las que subyace la idea de desmantelar servicios públicos y rebajar el gasto social. En suma, un mosaico complejo e interrelacionado de aspectos diversos que supone estar en un escenario de gran incertidumbre, de enorme volatilidad.
No podemos ni tan siquiera intuir cuál puede ser el desenlace de todo esto. Pero lo que parece previsible es que el optimismo acrítico, que con demasiada frecuencia se aprecia en algunas declaraciones públicas, no tiene fundamentos robustos más allá de la visión estrictamente coyuntural. Esta situación debiera imponer una idea más general y enraizada del concepto de Europa. Las instituciones europeas están preocupadas por todo esto, tal y como se manifiesta en diferentes congresos y seminarios de trabajo. Uno de los más recientes y significativos, el encuentro en el European Universitary Institute, de Fiésole, cerca de Florencia, una amplia reunión técnica y política en la que asistieron científicos sociales y políticos del más alto escalafón –Junckers, Draghi, entre otros–, que enfatizaron la encrucijada en la que se encuentra la Unión Europea, sacudida por problemas de índole diversa: demográficos, políticos, económicos, ecológicos, sociales. Existe la conciencia; el problema, el reto, es saber qué herramientas se van a poner en marcha para desatascar la situación, muy peligrosa en el sentido de la posibilidad real de cuestionar toda la arquitectura de la eurozona. Esto, además, viene estimulado por la estrategia de Rusia, que busca de alguna forma la dislocación de la Unión Europea, apoyando los movimientos que actúan como palancas críticas a la estabilidad comunitarias. Es decir, romper la armonía europea parece ser el objetivo estratégico de Moscú, igualmente orientado a estimular desequilibrios en el Mar de China, un espacio de gran trascendencia económica y comercial y de fuerte convulsión entre distintos actores políticos. La confección, pues, de diferentes geopolíticas turbulentas que faciliten la consolidación de Putin y su poder económico.
Dos tensiones más se dibujan. Por un lado, el problema de la deuda pública, un tema que lastra la capacidad más solvente de recuperación, de forma que su resolución debería imponer instrumentos distintos: mutualización de la deuda, condonación parcial de la misma, emisión de eurobonos, aspectos todos ellos que infieren debates encendidos en el seno de la propia Unión. Por otra parte, la escasa estimulación de la política fiscal, desde el momento en que existen límites objetivos para la política monetaria: su munición se acaba, y deberían explorarse otras posibilidades más relacionadas con la política fiscal, un aspecto que constituye un anatema para Alemania y sus influyentes mandatarios financieros (destacando en este punto el posible relevo a Mario Draghi en la dirección del BCE, el próximo 2019). Pero estas posibilidades requieren dar un giro en la noosfera del mainstream, romper con las políticas estrictas –y únicas– de la austeridad, un argumento que en algunos ámbitos de la Unión Europea se empieza a entender, a tenor de declaraciones diversas de altos funcionarios e, incluso, de relevantes representantes políticos (como el propio Jean Claude Junkers). Profundizar en este terreno puede ser una guía de trabajo en el futuro inmediato, e implica estrategias de inversiones productivas, programas de innovación y nuevas asignaciones en infraestructuras, con revisiones importantes en la estructura presupuestaria de la UE.