Crispación y economía

Esta va a ser la norma de conducta de la oposición al nuevo gobierno de Sánchez, tal y como ya ha quedado registrado en declaraciones recientes de mandatarios y portavoces conservadores. El hundimiento económico va a ser uno de los arietes a estimular, a parte de otros igualmente procelosos, como la seguridad ciudadana, la calidad democrática e, incluso, el terrorismo. Una práctica irresponsable, de mal perdedor, que tiene consecuencias indeseadas en el terreno de la economía: la sensación de inestabilidad. Y digo sensación porque, en contraposición con lo que aseguran los voceros del PP, no se han producido movimientos negativos motivados por el cambio de gobierno. Los que se han apreciado obedecen a causas que ya hemos expuesto en esta misma columna las últimas semanas: la crisis italiana –causa central–, el incremento en el precio de la energía, la “guerra” comercial. Los animal spirits no se han contaminado, por el momento, con las soflamas de la bancada conservadora, en la que cabe añadir, igualmente, la estrategia del partido de Rivera, mucho más preocupado por el tacticismo electoral que por la evolución real de la economía española. Luis Garicano, que es un economista académico, debiera advertir a sus compañeros de partido que no es positivo jugar con expectativas turbulentas, máxime cuando éstas descansan sobre indicadores poco creíbles, cuando no mentirosos.

La crispación en política ha sido analizada por politólogos en reiteradas ocasiones, con estudios de caso para ilustrar sus diagnósticos. Un factor suele ser común: cuando la derecha pierde, esa estrategia crispante se desentierra de forma automática. Lo hemos percibido en España en muchas ocasiones; se ha comprobado en las fuerzas conservadores del norte de Europa; lo hemos visto, y lo estamos viendo, en Balears, donde se comunica, sin rubor alguno y faltando a la verdad más evidente, una serie de fracasos del Ejecutivo balear, en forma de una pasividad que no se aviene con medidas visibles adoptadas, por ejemplo, en las políticas social y laboral. Ahora bien, esta vía desacomplejada hacia un hipotético precipicio –España se hunde; Balears también– tiene patas cortas, tal como está la situación político-económica. Las claves internas del principal partido conservador –el otro es Ciudadanos– deberán dilucidar sus propias contradicciones, y tratar de arañar el espacio electoral que Rivera ha captado, gracias a un mensaje que no puede calificarse más que de ultramontano. Una línea argumental que cuestiona la constitucionalidad de la moción de censura, que despacha con descalificaciones desproporcionadas –hasta el insulto– a los adversarios políticos y que trata de instalarse en una consigna: el miedo. Esto es lo que va a alimentar la derecha, en España y en Balears. Sin importar para nada el daño económico que produce. Se olvida que, de verdad, la gran convulsión la han generado tres factores básicos: la corrupción asfixiante, estructural, del PP; algunas de sus controvertidas medidas sociales y económicas; y su falta total de capacidad de diálogo, de gobernanza. Vienen tiempos de plomo. Pónganse a cubierto, y crean sólo en aquello que vean.

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