Hace unos años, explicábamos en medios de comunicación el enorme coste social que implicaba en ese momento –y que implicaría en el futuro– el paquete de medidas aplicadas a Grecia. Todo con la bendición de la Comisión Europea, del BCE y del FMI. Pues bien, han pasado casi ocho años, y se ha dado finalmente luz verde para que las finanzas griegas –intervenidas hasta ahora– se nutran de los mercados, a partir del próximo 20 de agosto. Europa ha demostrado, en este ejemplo, la falta total de decisiones solidarias y efectivas para uno de sus miembros. Se dirá: se han dejado 270 mil millones de euros a Grecia. Pero no hay que engañarse: su objetivo central ha sido pagar deudas –a bancos alemanes y franceses– y equilibrar el presupuesto público. Pocas medidas sociales. De hecho, se han apreciado factores preocupantes: la fractura entre los países del Norte y los del Sur de Europa, la dejadez de los primeros en relación a los problemas sociales que se iban a generar en los segundos por la aplicación de severos correctivos de austeridad. Un corolario que no puede ser contemplado como positivo. Grecia es ahora un país mucho más pobre, el paro se ha disparado –en esencia, entre la población juvenil–, la moral de la nación está por los suelos…pero, eso sí, han sobrevivido, se dice desde instancias comunitarias. El darwinismo económico existe. No se ha producido el Grexit. La eurozona está a salvo. Pero esta es una pírrica victoria, socialmente insuficiente. Y también financieramente.
Grecia ha crecido un 1,7% en 2017. La deuda se eleva al 178% sobre PIB. El sector bancario sigue bajo bloqueo. Y las inversiones no avanzan o son muy débiles. Las exigencias siguen siendo draconianas, a pesar del júbilo que se respira en Europa, al comprobar que los renglones estaban cuadrando en la hoja de cálculo. Pero, por ejemplo, los griegos deberán tener un excedente presupuestario primario, es decir, al margen de los gastos financieros, del orden del 2,2%…¡hasta 2060! Esto paraliza o hace inocuas las promesas de reconstrucción sobre programas agresivos de inversión, que se hagan desde cualquier espectro político. En todo este complejo contexto, Tsipras ha tenido que claudicar, a pesar de sus soflamas extraordinarias que hablaban de soberanía financiera, dignidad social y avance económico. El primer ministro, elegido en 2015, auxiliado por un economista heterodoxo como Yanis Varoufakis, tuvo que aceptar, en apenas seis meses, un plan estricto de rigor. La amenaza: la salida de Grecia de la zona euro. Las discusiones internas en el ejecutivo de Tsipras se canceló con la salida de Varoufakis del gobierno, tras reiterados desencuentros con sus homólogos comunitarios.
Pierre Moscovici, comisario económico europeo, ha declarado que los sacrificios se han terminado en Grecia, tras años de austeridad. Dadas las condiciones impuestas todavía, parece claro que esto no se va a producir, y las políticas de contención social seguirán dominando el escenario heleno. El retroceso social persistirá. No nos equivocamos hace unos años. Desgraciadamente, creo que no erraremos tampoco ahora, si no cambia la política económica.