Se ha abierto otro debate –uno más– sobre impuestos, presión fiscal y SMI. Maniqueísmo económico, drama hamletiano: argumentos a favor de subir los impuestos; o la vía de bajarlos, para –se dice– animar la economía. Es todo un déjà vu, un fenómeno que se reitera siempre que gobiernan partidos de izquierdas. La crítica viene del espectro sociológico de la derecha, que trata de demostrar que sólo la bajada de los tributos va a garantizar una recuperación plausible de la economía. Subir el SMI es anatema: el prólogo de un desastre. Las redes sociales van llenas de agoreros en esa dirección, mientras se sigue defendiendo el recetario ultraliberal: reducir impuestos, no subir el SMI. Al tiempo –nos dicen estos profetas– se conseguirá algo extraordinario: reducir presión fiscal, mantener gasto público y contraer deuda y déficit. La ignorancia es, no sólo atrevida, sino que se acumula. Y la estupidez se convierte en una variable más. Investigaciones muy recientes –y van…– sobre estos temas se presentaron en el Massachusetts Institut of Technology (MIT), en Boston, agosto 2018: los tipos impositivos elevados sobre las rentas más altas fueron una constante en Estados Unidos y en Europa desde 1945, con resultados positivos para las respectivas macroeconomías. Esto se ha rubricado con últimas aportaciones de Branko Milanovic, Thomas Piketty y Joseph Stiglitz. Pero también en el Foro de Davos de 2020 se está cuestionando ese catecismo ultra.
Esto tiene su origen próximo: cambios en la regulación de la economía desde 1980, con mayor flexibilidad en los mercados, des-regularización financiera y apuesta por la bajada de impuestos con el mensaje de que eso incrementaría la recaudación fiscal. La realidad, observable en la economía norteamericana, enfatizó que se afianzaron flexibilidades financieras y laborales…pero la reducción de los tributos provocó un resultado letal: el incremento descomunal del déficit público y el aumento, a su vez, de la deuda pública.
En España y en Balears, los partidos que hablan de reducir impuestos deben explicar qué ingresos esperarán obtener entonces con esa contracción. Y aceptar que esta decisión aleja la política fiscal de la media comunitaria –y del FMI– e infiere una menor capacidad para el gasto público. En el caso de España, los datos indican que la presión fiscal es del 34% s/PIB, unos 4-5 puntos por debajo de la media de la UE (https://datosmacro.expansion.com/impuestos/presion-fiscal). Hay margen. En cuanto a las subidas en rentas altas –de más de 150.000 €–, el impacto demográfico es limitado (en Balears, por ejemplo, afecta a poco más del 0,60% de los declarantes). En ambos casos, la pregunta clave es: subir impuestos ¿para qué? ¿con cuál orientación en política económica? ¿con qué estrategia en inversión y en gasto social? La respuesta razonada a estos interrogantes es lo que facilitaría la pedagogía fiscal para la ciudadanía. Y ayudaría a evitar la demagogia irresponsable –e ignorante, rayando en la estupidez, como diría el gran Carlo Maria Cipolla en su ya clásico ensayo sobre el tema– que se expone con harta frecuencia.