Los economistas no supimos ver la dimensión de la Gran Recesión. Y los recetarios que se han impuesto se han revelado un fracaso absoluto. Esto ha sido promulgado por economistas heterodoxos, es decir, aquellos que no se ubican en el mainstream de la profesión. Tales afirmaciones han sido tildadas como falacias, despreciadas por los economistas convencionales. Pero algunos de estos próceres del neoliberalismo empiezan a cuestionarse todo lo hecho hasta el momento. Una de las manifestaciones más llamativas ha sido la de Peter Bofinger, asesor del gobierno de Merkel e integrante de la comisión de “los cinco sabios”, una especie de oráculo de Delfos para la economía alemana. Bofinger defiende algo tan “rompedor” en el panorama germánico como que se debe acabar con la obsesión peligrosa por moderar los salarios. El economista vincula esto a la consecución del objetivo de la inflación, por debajo del 2% ahora mismo en la UE: una señal de debilidad de la demanda. Pero su otro argumento es todavía más insólito para el mainstream: sostiene Bofinger que, para el caso de España, se han sobrevalorado los efectos de la reforma laboral como salida a la crisis; según él, España pudo “escapar del agujero” gracias a la aplicación de políticas de inspiración keynesiana, que supusieron déficits muy altos durante años. Es decir, gracias al incremento del gasto público. Esto fue particularmente intenso durante los ejercicios de 2008-2011, cuando se pasó de un superávit del 1,9% sobre PIB en 2007 a déficits reiterados que oscilaron entre el -4,5% y el -11,2%: la utilización de la política pública para paliar el desastre. Bofinger es demoledor: “si España hubiera hecho como Grecia, tratando de ajustar las cuentas a toda costa, habría sido un desastre”. Bueno, España lo hizo con severidad desde 2012 (y no olvidemos que el gobierno de Catalunya con Artur Mas lo aplicó antes, desde 2011, con recortes drásticos), con resultados sociales dramáticos. Aquellos déficits, dice Bofinger, paralizaron la hecatombe. Algo similar puede adscribirse a la evolución de la economía balear.
Este aparente giro debería hacer pensar a los economistas que urgen explicaciones más convincentes sobre el diagnóstico de la crisis y, sobre todo, sobre las medidas aplicadas para resolverla. Los mismos que hace pocos años reclamaban equilibrios presupuestarios a ultranza, sin considerar los efectos sociales que ello supondría, son ahora los que dicen que, bueno, quizás se pasaron un poco y debe reconducirse la situación. Hace ya mucho tiempo que la llamada heterodoxia económica viene denunciando los problemas gravísimos que acarrea la austeridad expansiva.
La situación de la economía mundial, que no parece resolverse en una senda de crecimiento redistributivo –garante del bienestar social–, tiene retos cruciales inmediatos, que dependen de la voluntad política de los gobiernos: subidas de salarios, mayor presión fiscal a rentas más elevadas, incremento de inversiones públicas, reestructuración de las deudas –impagables, tal y como están formuladas ahora mismo– y planes agresivos de ocupación que inserten la población más joven en los tejidos productivos.