La importancia del Estado en la crisis del coronavirus

La crisis ha puesto en cuarentena buena parte de la normativa que parecía intocable (cifras de deuda sobre PIB o las de déficit público). Está claro que esas reglas estrictas no sirvieron para mejorar la calidad de vida de la gente. Deberemos avanzar siendo conscientes de que las deudas se van a incrementar y los déficits también, que deberán ser sufragados vía deuda. Y que quizás una parte de esa deuda va a ser difícil, por no decir imposible, pagarla.

El gasto público debería ser una pieza clave en la reconstrucción europea y mundial. Esto lo están reconociendo incluso los economistas liberales más reacios a la intervención de los Estados en la economía. Cuando las cosas pintan tan mal, todos vuelven la vista a los gobiernos que, hasta hace poco tiempo, se consideraban un problema si intervenían mucho. El mercado, nos decían, era la solución. Ahora se exige que esos gobiernos lo hagan. Y esa acción se va a tener que concentrar en el gasto social de forma perentoria. La crisis va a provocar un shock traumático en el mercado laboral, que requerirá enormes transfusiones de dinero para recuperar la capacidad de demanda. Este va a ser el problema central: la anemia de la demanda, que se puede reflejar en una caída de los precios, en una deflación, signo inequívoco de que estaríamos a las puertas de una depresión económica similar a la de 1929. Encarar esto puede hacerse; tenemos los instrumentos, hay mucho dinero potencial: se trata de voluntades políticas para que el gasto público y, en él, el gasto social, actúen como palancas de crecimiento.

La relocalización va a ser otro de los grandes debates. El virus ha subrayado la gran vulnerabilidad de la globalización. Se habla de reindustrializar, un concepto que ya se manejaba antes del estallido de la crisis vírica. Puede ser una salida para algunas empresas de servicios muy relacionadas con la producción industrial: esto que se ha venido a denominar “servicios industrializados”; por ejemplo, empresas de tecnología informática que se complementen con otras que produzcan, sigamos con el ejemplo, elementos sanitarios que hasta hace poco se adquirían en China. Un encadenamiento virtuoso. Sectores industriales flexibles, como por ejemplo el calzado, que todavía tiene una clara pulsión de mercado, que pueda tener más oxígeno laboral si se produce más en sus zonas de origen. Pero, al mismo tiempo, no debe ningunearse la economía de servicios: los sectores cuaternario (investigación y conocimiento) y quinario (servicios sociales, sanidad) van a ser determinantes. Todo con una proyección de cambio de modelo productivo. Y, en concreto, una parte del sector quinario (educación infantil, cuidado de las personas mayores, por ejemplo) inferirán la necesidad de un trabajo intensivo. Es decir, trabajo humano en el sentido más estricto del término. O sea: generar más industria contando siempre con las experiencias existentes (un sector económico no se improvisa); pero teniendo muy en cuenta que el sector terciario de la economía, el de los servicios, se está bifurcando en otro cuaternario y quinario que van a tener una transcendencia grande.

 

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