Por un solo voto, la Ministra Nadia Calviño no ha salido elegida presidenta del Eurogrupo, a pesar del apoyo de Alemania y Francia, el gran eje vertebrador de la Unión. El ganador: el representante de Irlanda, aupado por los sufragios de Luxemburgo y Bélgica, especialmente. El 80 por ciento del PIB comunitario, con Calviño; el 20 por ciento, con Donohoe. Cuesta entender esto, pero esas son las reglas del juego. Un juego en el que, al parecer, se han transgredido acuerdo previos, dinamitados con la votación secreta, otro aspecto difícil de comprender, toda vez que sugiere componendas realizadas entre bastidores que, tarde o temprano, acabaremos por conocer.
La pugna Calviño-Donohoe no es un tema menor: es el contraste entre una visión socialdemócrata frente a otra conservadora en el escenario de la recuperación europea. Estamos ante una seria amenaza para trastocar los requerimientos esenciales a la hora de otorgar fondos económicos. Los 140 mil millones de euros comprometidos políticamente para España, con la mitad como transferencias directas y la otra con tipos de interés muy bajos, se pueden poner en entredicho. De nuevo, el galope de los austericidas se puede escuchar: los pequeños países del norte de Europa, impregnados de un calvinismo demoledor, pueden exigir, otra vez, compromisos draconianos al sur del continente, con pretextos anclados en tópicos y visiones superficiales. El despilfarro mediterráneo frente al ahorro atlántico: un relato que conocemos bien a raíz de la Gran Recesión, que imbuyó un reguero de medidas pro-cíclicas que fueron socialmente letales. Una lección para aprender a no repetirla.
La derrota de Calviño no es su derrota, ni la de España; es la de una Europa distinta. La Ministra ha trabajado intensamente en un ecosistema que conoce muy bien, y el presidente Sánchez ha allanado contactos y compromisos junto a ella. España representa un país que no hace dumping fiscal con sus socios, y algunos de los proyectos que estaban encima de la mesa –como la tasa Google– han condicionado sin duda el posicionamiento de los partidarios de la austeridad expansiva. Sin embargo, no todo está perdido: la imagen que se ha dado es positiva, solvente, desde hace ya varios meses. La derecha está aprovechando este resquicio de aparente victoria olvidando sus sonoros fracasos en el pasado, cuando su candidato no tenía el caché de la Ministra socialista. Los retos que se presentan son importantes: completar la unión bancaria y el reaseguro fiscal, entre otros. El desafío va a radicar en que la aprobación de los planes de recuperación y los flujos monetarios que se desprendan no dependan en exceso del Ecofin, como pretenden los frugales. He ahí un nuevo campo de trabajo.
La posición española ha facilitado la confección de un discurso diferente, que ha sido avalado por buena parte de la Unión, a pesar de que sus reglas internas hayan impedido el triunfo de las mayorías demográficas y de generación de renta. El jolgorio de la derecha no puede sorprendernos: fracasó en su acoso y derribo del gobierno de coalición durante los momentos más duros de la pandemia, y aboga por un nuevo acorralamiento del Ejecutivo. La competencia y credibilidad de éste, demostrada en todo este complejo y difícil proceso, no se fisura con la derrota de Calviño. Ella misma y otros actores –atentos al papel de Borrell– seguirán trabajando para que esa Europa distinta se haga realidad.