El miércoles de madrugada, pasadas las doce, me entran sendos mensajes en el móvil: de Jordi Catalan y de Álex Sánchez, profesores de la Universitat de Barcelona, colegas y buenos amigos. Me dicen que el doctor Jordi Nadal ha fallecido. Desaparece, físicamente, quizás el último de los grandes maestros vivos de la Historia Económica, persona de amplia cultura, formación humanista, vehemente y con convicciones que expresaba sin tapujos, rigor imbatible, crítico feroz. Siempre directo: de una pieza. Siempre estricto. Su relación con el Grupo de Estudios de Historia Económica de la UIB fue relevante. Vino a nuestra universidad en varias ocasiones. Conferencias, cursos, seminarios, presentación de un libro sobre el desarrollo industrial de Balears en el Colegio de Ingenieros (donde ofreció una brillante exposición sobre las turbinas hidráulicas), largas conversaciones sobre economía, sobre industria, sobre política industrial. Nos apreciábamos. Siempre estaba disponible, sin contrapartidas.
El doctor Nadal nos ha influido de manera profunda. Su verbo, acerado y certero, se plasmaba en el papel con economía de palabras. Su profundidad analítica e investigadora era proverbial y entusiasta. Lo último: un libro delicioso sobre la Hispano-Suiza, fábrica de coches en Barcelona, referente europeo, un trabajo que se lee con la sensación de estar transitando en una novela de intriga. Pero en la que todos los datos son minuciosos: la precisión nadaliana en la palabra, en el número, en el argumento.
Me riñó en alguna ocasión: “Manera, vostè, cerca indústries davall les pedres!”, rubricaba, socarrón, ante la mirada vigilante de Fina Doménech, su compañera y esposa, y mi aceptación de las palabras del maestro. Nadal era escéptico hacia la industrialización de Balears, cuando iniciábamos un programa de investigación sobre el tema. Con el tiempo, se convenció de que la industria, entendida no como iconografía de grandes complejos tecnológicos sino con mosaicos distintos de pequeña y mediana producción, era posible –y real– en territorios como País Valencià o Balears. En esto coincidía con Ernest Lluch. Pero siempre te advertía, te señalaba problemas tecnológicos, económicos, históricos: sin paños calientes, sin edulcoraciones.
Coincidimos en muchas ocasiones. Imponía un enorme respeto, que se diluía poco a poco cuando le conocías mejor, compartías una visita a la Granja de Esporles, por ejemplo, o comías en el Port de Pollença para hablar de proyectos de investigación, pero también de la vida en general. El doctor Nadal (en el gremio siempre se le califica así, con el grado de doctor, algo que no exigía, pero que todo el mundo hacía y seguirá haciendo al referirse a él) estaba ya con una salud delicada. Sabíamos que este desenlace se produciría. Pero, como siempre pasa con estos homenots, piensas que siempre estarán ahí. De hecho, así es: va a estar vivo con sus obras, legado insuperable, guía para economistas e historiadores económicos. Vamos a seguir trabajando con ese referente ya áulico, pero preciso: la honestidad intelectual de uno de los grandes en el panorama de la economía catalana y española.