Saldremos de la crisis en 2018… o no

 

¿Cuándo se saldrá de esta crisis? La pregunta se formula con reiteración a todos los economistas, con la esperanza de que alguno dé con una fecha mágica que posibilite albergar esperanzas inmediatas. La respuesta más sensata a esa cuestión es abrupta y decepcionante: no lo sabemos. Como afirmaba el gran científico Niels Bohr, uno de los padres de la física atómica, resulta muy difícil hacer predicciones, y más si es sobre el futuro. En tal sentido, los vaticinios que a veces se lanzan desde instituciones reputadas están más sesgados por una visión coyuntural que estructural; por una perspectiva excesivamente concreta (que es la que suele interesar, todo sea dicho), de forma que se alejan las reflexiones que puedan hablar más de tendencias económicas que de pretendidas exactitudes. Los historiadores económicos han tratado de aventurar (y fíjense en la cautela de los verbos que utilizo) cómo puede evolucionar la economía, a partir de análisis rigurosos de la historia económica. Ésta constituye el único gran laboratorio que tiene el economista para cotejar las variables del presente en su poderoso enlace con el pasado; y ambos en una proyección, siempre reservada y puntillosa, hacia un futuro que, por definición, es incierto.

Veamos algún ejemplo, que puede ser de utilidad, a partir de la observación de los indicadores bursátiles históricos. El ejercicio se ha desarrollado a partir de los solventes fondos accesibles a través de la página web de la Asociación Española de Historia Económica, que ha consagrado diferentes apartados al análisis de las crisis. La bibliografía resultante es ya considerable, y de toda ella vale la pena retener un reciente libro de Juan Ignacio Crespo (Las dos próximas recesiones, Deusto), en el que, desde una profunda disección de las magnitudes históricas, se llega a conclusiones provocadoras. Las reflexiones deben ser tomadas con la precaución que cabe en estos casos, toda vez que se trata de ejercicios académicos que, sin embargo, tienen como fundamento esencial una poderosa batería de cifras.

Vayamos al meollo del tema, tratando de responder a la pregunta que encabeza este escrito. Para ello, y tras la revisión del Índice Dow Jones (creado en 1896 y que aporta casi 120 años de datos: una verdadera mina), se advierte que existen en la historia económica dos períodos que se asemejan a lo acontecido desde 2008: el que va de 1901 a 1914; y el que abraza 1965-1982. No obstante, sabemos que entre 1873 y 1885 se sucedieron dos recesiones, una que duró seis años seguida de una expansión de tres, y una nueva crisis que se alargó tres años más. Igualmente, en la depresión de los años 1930 se subrayan dos recesiones: la de 1930-1933 y otra que apenas duró quince meses, entre 1937 y 1938. Es decir, la historia económica enseña que las etapas de intensas contracciones económicas se desagregan, a su vez, en fases más o menos breves, que suelen insertarse en períodos de recuperaciones también muy fluctuantes. Concretando más en la propuesta avanzada más arriba, en esa cronología (1901-1914; 1965-1982), distante en el tiempo, se aprecian signos claros de estancamiento económico, a tenor de la evolución del Dow Jones. Se dibujan alternancias y volatilidades, sin que las curvas adopten una dirección determinada. En ambos ejemplos, los quince años tabulados en cada período ofrecen crecimientos inestables, con la existencia de, al menos, cuatro recesiones en cada caso, separados por pocos años. Si observan ustedes la evolución del Dow Jones entre 1966 y 1982 y la comparan con la que va de 2000 a 2012, el perfil en el momento álgido de la crisis es casi idéntico; y lo mismo puede decirse de otro indicador crucial, el del beneficio empresarial.

En el primer decenio y medio del siglo XX, en la fase que va de 1966 hasta 1982 y en lo que afecta a 2000-2012, el paralelismo del desarrollo bursátil permite inferir tres aspectos. Primero: puede ser previsible (de nuevo, vean los pies de plomo…) que, hasta el 2020, vivamos todavía una recesión más (¿2012-2013?; ¿2016-2018?), entre las que tal vez se ubique una corta fase de crecimiento (¿2014-2015?). Segundo: el que esto sea así dependerá, evidentemente, de la actuación de los agentes económicos del presente…¡y del futuro! Pero es innegable que todo lo que se haga (o no se haga) ahora, condiciona el proceso posterior. Sabemos lo que aconteció en el pasado, con siluetas similares, y qué se decidió por parte de los poderes públicos; y eso nos permite lanzar esa hipótesis arriesgada. Pero debe verse cómo ejercitarán sus funciones los responsables de los bancos centrales y de las grandes instituciones políticas, económicas y financieras. La recuperación podrá acelerarse o retrasarse en función de tales conductas: de la aplicación de diferentes políticas económicas o del mantenimiento de las existentes. Y tercero: deben saber, igual que aconteció en los otros períodos observados, que en el cuarto y quinto año de la crisis los beneficios empresariales se están recuperando; pero en la Gran Recesión actual el avance de la rentabilidad empresarial se está obteniendo, básicamente, gracias al control salarial y al aumento del paro (la economía turística es muestra elocuente en tal sentido).

Finalmente, disculpen esta digresión. Uno es consciente de los límites de la economía como ciencia predictiva. Pero a pesar de que respeto mucho la boutade de Ernst Rutherford (que realizó una primera versión de la estructura del átomo), cuando afirmaba que en el campo de la Ciencia, todo lo que no es Física es coleccionar sellos, debo decirles que algunos economistas se han empeñado en alejarse algo de los modelos matemáticos y adentrarse en las largas y fecundas series históricas, para advertir determinadas regularidades (en esto tenemos una deuda impagable con Benoît Mandelbrot) sin grandes pretensiones prescriptivas y con la modestia sincera para entender el caos que los gurús de todo tipo, linaje y pelaje no han sabido detectar, ni saben explicar más allá de una ampulosa retórica vacía de contenido, haciendo suya aquella máxima que todo economista que se precie tiene en su cabecera: ser oscuro, ya que no se puede ser profundo.

 

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