En España, el paro persiste álgido en 2014 (hasta llegar al 25 %), la recesión se agudiza con anémicos crecimientos del PIB, la deuda y el déficit se incrementan. Esto es lógico: sin crecimiento robusto apenas hay ingresos. Sin éstos, no existe la recuperación. Pero fíjense: el dato en el que no se pone suficiente énfasis es el de la inflación: cerramos 2014 con un –1,1%. Estamos metidos de lleno en un escenario pre-deflacionario, la peor noticia de todas. También es coherente: la inversión pública y la privada se retraen, la demanda interna es escasa, el consumo se ahoga. Y los precios caen.
El contexto mundial actual ofrece contrastes. Observen: Estados Unidos crece casi un 5 %. Japón conocerá igualmente tasas positivas entre el 2% y el 3%. Reino Unido con algo más de un 1%. Es decir, aquellas áreas que tienen moneda propia y capacidad para que sus bancos centrales actúen con celeridad y contundencia, como lo están haciendo en Estados Unidos, Japón y Reino Unido, a fuerza de grandes inyecciones de liquidez, la crisis se atenúa, se amortigua. ¿Y en la zona euro? El Banco Central Europeo, teledirigido por el Bundesbank y la cancillería germánica, coloca a nuestro espacio directo en una tasa anoréxica, con perspectivas inciertas y oscilantes para 2015 e inquietud manifiesta por la deflación, tal y como ha reconocido el propio Mario Draghi.
El Fondo Monetario Internacional advierte que, a pesar de estos datos, debe seguirse en la senda de la austeridad, sobre todo en la Europa del sur: más ajustes, más recortes, menos derechos sociales por tanto. Menos gasto público, en definitiva. Lo contrario de lo que el propio Fondo decía en un informe anterior: los bandazos son descomunales; la incapacidad, enorme; el despiste, monumental. De nada sirve la experiencia de la Historia Económica: el arsenal de casos concretos y argumentos teóricos de lo que no se debe hacer en un ámbito de crisis aguda. Al enfermo en la UVI se le aplican continuas sangrías –en vez de generosas transfusiones– que lo están dejando extenuado, sin capacidad de reacción. Esas magnitudes han encontrado al presidente Rajoy noqueado, incapaz de ofrecer una hoja de ruta sensata, que obedezca a un programa de inversiones tendentes a paliar los efectos de las medidas económicas.
Urge un cambio profundo en la política económica europea. No se saldrá de la crisis, que ya es estructuralmente severa, sin un nuevo recetario, que arrincone una austeridad que conduce a mayores desigualdades, este castigo sin par que se está aplicando, sin piedad, a los países del sur. Mientras el gobierno español se regodea en su espejismo, la población se ubica en el mundo real de la frustración, de la crispación, de la desesperanza, del desengaño.