El caos, las elecciones y los miedos

El PP o el caos. El PP o la nada. Estos son los mensajes de los conservadores de cara a las elecciones. La estrategia es clara: se concentra en ataques a Podemos, dadas sus posibilidades tangibles de llegar al poder en función de los diferentes sondeos que se van publicando. Un planteamiento recíproco es seguido por la formación de Pablo Iglesias, ya que así consigue un claro objetivo: arrinconar al PSOE y presentarse como la solitaria alternativa de progreso.

La actitud del PP dibuja un escenario en el que cualquier opción que no pase por su triunfo sea considerada como desequilibradora y lacerante para el país: el abismo, según Cospedal. El discurso del miedo va a martirizarnos hasta mayo, no lo duden. En tal contexto, Iglesias sigue con su línea interpretativa: también sólo él y su partido son la única garantía para el cambio en España. El resto, casta. Prepárense: el divino relato de la pureza ideológica y ética nos machacará hasta los comicios.

La prepotencia y la arrogancia, en ambos casos, son elocuentes. En el PP, invocar la estabilidad como valor suena a broma de mal gusto: nunca un gobierno con una mayoría tan aplastante había generado más intranquilidad y desequilibrio social, todo ello medido con indicadores de todo tipo y desde instituciones solventes (como por ejemplo Cáritas). Para los que dicen que todos son iguales, recuerden que el PP ha desballestado la sanidad, la educación, los servicios sociales; ha generado un reguero de conflictos en todos esos ámbitos y, a su vez, ha despreciado los sentimientos de la gente. En Podemos, el “adanismo” define su trayectoria: plantea propuestas teóricas que no tienen en cuenta, de entrada, las dificultades de la acción de gobierno. La ética de los principios domina. Bien. Viajar sin mochilas tiene eso: aligera la capacidad de carga, pues no hay errores que eludir, ni que recordar. Pero recientemente, la dirigencia de Podemos ha ido moderando sus mensajes, quizás impactada por el vértigo que produce tener que, quizás, decidir sobre aspectos que sólo se han abordado de forma abstracta. Sin tener en cuenta algo elemental: que todo juego político supone sumas cero y, por tanto, costes de oportunidad a veces muy altos. Claro, no experimentar eso infiere una sensación de libertad absoluta, de capacidad decisoria entre los cenáculos intelectuales y la perspectiva de presentarse uno como la exclusiva salida al marasmo generado por tirios y troyanos. Los costes son inexistentes; los beneficios, altísimos. Bravo.

Para el PP, no existe nada más sensato que su gobierno. Para Podemos, nada es más plausible en la órbita progresista que su opción. La indefinición de Podemos (dicen no ser de derechas ni de izquierdas: un tacticismo que critican cuando son otros quienes lo desarrollan) es ignorada por el PP, que sitúa a Pablo Iglesias en manos de un inventado infierno caótico –con tintes marxistas–, a la par que silencia a un PSOE que exhibe discurso, propuestas y líneas de actuación muy distantes de las que propugna el PP, y bastante más realistas, concretas y cuantificadas que las etéreas soflamas de Podemos. Vean ahí una pinza extraña, deliberada, subliminal.

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