La negociación entre Grecia y la Unión Europea (con mayor concreción: la troika) no ha hecho más que empezar. Y los inicios entran en un escenario previsible: reafirmación de las posiciones de ambas partes, llamamientos a la cordura de un jugador al otro y la traslación de un mantenimiento de posiciones. Yanis Varoufakis estuvo duro en sus declaraciones de hace pocas horas (dijo que no se quiere negociar con quien no se acepta como interlocutor: de nuevo, la troika); y no menos explícita ha sido la severa respuesta que le ha llegado de la cancillería alemana (Grecia tiene que cumplir con sus compromisos, sin tapujos ni excepciones).
Esto debe cambiar, tanto para la consolidación del proyecto europeo como para la capacidad helena en resolver sus enormes problemas financieros. La credibilidad del euro y de su base política dependen de la capacidad de resolver estos problemas graves de encaje, generados tanto por la demanda de préstamos como por su concesión casi ciega en épocas de vacas gordas. No olvidemos que quien se endeuda es porque alguien le presta y confía, de una forma u otra, en sus capacidades de retorno (bien por la vía privada o por la pública).
Los márgenes de maniobra para los gobiernos son limitados, en este marco general de globalización de la economía. Pero existen: invocar esas constricciones no debe ser la excusa para la inacción. Pero, al mismo, tiempo, lo que acontece en Grecia debe hacer pensar a opciones alternativas (como Syriza y Podemos) en lo que puede prometerse, de manera realista, a la sociedad, y lo que resulta a sabiendas imposible, pero que se utiliza para generar esperanzas. Esto último suele ser la antesala a la frustración: la invocación a los sentimientos, a la dignidad, al fervor por un cambio, son todos elementos extraordinarios para movilizar; pero deben transferirse, después, a políticas plausibles y realizables.
Existen márgenes, como decía: fijar un nuevo calendario para la devolución de la deuda permitiría, por ejemplo, liberar recursos que podrían ser utilizados como medidas de choque de carácter social. Estamos hablando, quizás, de unos 12.000 millones de euros, cifra que puede sintetizar subidas en los salarios mínimos y la recuperación de la perdida sanidad pública para los desocupados.
El juego, por llamarlo así, ha comenzado. Los órdagos se van a producir, como ya lo vimos en la campaña electoral. Pero persistirán hasta que se aprecie, por parte de los jugadores, que nadie puede ganar completamente. Pero tampoco nadie puede perder totalmente.