Las tribulaciones de Cristóbal Montoro, Ministro de Hacienda

El escándalo que rodea a Montoro y su equipo es de antología. Fiel a la escuela opaca del PP y a sus prácticas irregulares, los argumentos de los «técnicos» del ministro para justificar los dineros negros invertidos en el PP hacen sonrojar no sólo a los expertos más serios en materias de la hacienda pública, sino también al más común de los mortales. Montoro debería explicar los vasos comunicantes que entrelazan su posición ministerial con la que ocupaba como dirigente de una empresa propia, involucrada hasta las cejas en prácticas que, cuando menos, cabe cualificar como estrambóticas. A un responsable de las finanzas se le exige discreción en su comportamiento, moderación en sus mensajes, seriedad y rigor en sus diagnósticos y posiciones, ecuanimidad ante una ciudadanía a la que representa y a la que debe atender sin favoritismos ni sin informaciones privilegiadas y sesgadas. El dicharachero Montoro, un hombre con escaso gracejo pero harto lenguaraz, no cumple el más mínimo de esos requisitos. Sorprende que siga al frente de la Hacienda Pública, si este país tuviera perfiles más normales. Causan estupor, él y otros compañeros suyos que se sientan en el Consejo de Ministros, empezando por un tipo gris y epidérmico que se llama Mariano Rajoy.

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