Los cazurros ideológicos (a propósito de Rato y cía.)

Al PP le crecen los enanos. Instalados en una patética auto-complacencia, sus figuras emblemáticas están más que cuestionadas, y todo el grupo de pretendidos grandes profesionales se hallan o imputados, o en la cárcel o bajo serias sospechas de corrupción. Hemos estado, y todavía estamos Dios mío, en manos de codiciosos, irresponsables e ineptos, con la pátina, eso sí, de ser buenos gestores. Surcar el mar con viento en popa y en la cresta de las olas no es un ejercicio demasiado difícil: un grumete inexperto puede incluso tomar el timón. He ahí el mérito de un Rato que navegó tras la tormenta que templó Solbes.

Los Aznar, Rato, Rajoy, Montoro, Villalobos, Aguirre, Matas, forman un elenco de personajes a los que uno no debiera fiar ni una bolsa de canicas, como están demostrando los hechos. Pero aquí la ideología y la incidencia de los lobbies juegan su papel: sólo así se explica que tantas medianías, mediocres de alta estopa, hayan ascendido, con méritos escasos, a la cúspide política y, por ende, a la económica y social. La vergüenza no existe para ellos, para estos tipejos sin más escrúpulos que los que caben en su bolsillo: estamos ante unos golfos de chalet y lujo, nuevos ricos que se plantean la política como una base crematística sobre la que edificar fortunas personales. Y donde la mentira, la hipocresía y el tráfico de influencias anidan y forjan el carácter. Todo se permite tras frases grandilocuentes pero huecas.

Sonroja verles y oírles, con actitudes prepotentes y argumentos primarios e insultantes. Actúan como fuerza de choque de una ideología, la liberal, que ni conocen ni profesan, aunque se reafirmen en ella. Oyeron algo, poco y mal, de Adam Smith y de Friederick von Hayek, pero renegarían de ellos, a quienes defienden desde su atalaya de ignorantes, si se hubieran preocupado por leer algo más que una síntesis sintética del Selecciones del Reader’s Digest. Son cazurros ideológicos disfrazados de satén. Lástima que su capacidad burlesca para engañar al personal sea tan elevada, como buenos falsarios que son: muchos de sus damnificados volverán a votarles, y harán realidad una vez más esa máxima ley de la estupidez humana: causando mal a todo el mundo menos a quienes se debería, negándoles lo único que, tal vez, tienen los que eligen cada cuatro años: su voto.

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