La crisis sistémica que vivimos

La Gran Recesión se enmarca en una crisis sistémica, toda vez que supone una clara tendencia en un cambio de liderazgo, el cuestionamiento de los espacios económicos existentes –como la propia Unión Europea–, la pérdida transitoria de capacidad del capitalismo para rehacerse de forma sostenida –con retrocesos en los beneficios– y la incertidumbre –financiera y de objetivos– en la estrategia inversora. Pero el capitalismo, como sistema, no está en fase terminal –como se asevera desde algunos postulados sociológicos, antaño ligados con las tesis de la dependencia– ni se aprecia que nadie vaya a refundarlo –como sugirió un alto mandatario europeo–. El sistema funcionará si aumenta su masa de ganancias, aunque la tasa de beneficios caiga. El final de la Guerra Fría y de la política de bloques ha dado alas al capitalismo en una dirección clara: su ideología lo impregna todo, su lenguaje ha contaminado buena parte de las fuerzas de izquierdas y sus esquemas han sido aprehendidos por muchos intelectuales progresistas. Pero, además, la Gran Recesión está demostrando que los planes del conservadurismo político son volver a una inercia histórica: la que consagraba la desigualdad. Bajar salarios, despedir trabajadores, recortar servicios, adelgazar prestaciones, tienen, a mi entender, un objetivo: instalar el temor y engrosar aquel “ejército de reserva” marxiano que permite, precisamente, mantener los costes laborales a raya y dominar las negociaciones laborales. Hablaba de inercia porque si se observan las investigaciones más recientes en Historia Económica,  desde el siglo XVIII tan sólo en el período 1950-1980 hemos asistido a una fase de mayor igualdad en las rentas, de una equidad más visible. ¿Son, esos años, una anomalía histórica? Los rasgos distintivos del Estado del Bienestar tienen fechas próximas, en el tiempo histórico. La población las ha asumido como estables, imperecederas. La Gran Recesión está demostrando que eso no necesariamente va a ser así, y que las fuerzas de la regresión van a utilizar todos los instrumentos disponibles (entre los que la ideología vuelve a ser determinante) para justificar su derribo y volver a un pasado relativamente cercano. De la respuesta ciudadana, política, social y electoral, dependerá que esto no se cumpla.

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